Año Nuevo. Tiempo de cenas, cotillones y buenos propósitos. Apuntarse al gimnasio, perder peso, aprender otro idioma, tener más tiempo para uno mismo... Ideas y voluntades que, normalmente, no pasan de la segunda semana. Pero hubo un tiempo en que el día de Año Nuevo trascendía de los asuntos personales y se convertía en cuestión de estado.
En la antigua República de Roma, el día de Año Nuevo tomaban posesión los cónsules elegidos para dirigir la nación durante ese curso. Vestidos con la toga praetexta, de color blanco y franjas púrpura, que definía su posición de dirigentes, recorrían las grandes calles de la ciudad en un desfile en el que les seguían el resto de senadores, hasta llegar a la Colina Capitolina. En ella, los sacerdotes sacrificaban unos bueyes blancos y posteriormente se interpretaban los augurios. Tras los debidos ritos religiosos (política, ejército y religión se entremezclaban en todos los ámbitos de la vida en Roma) celebraban la primera sesión del Senado en el Templo de Júpiter Óptimo Máximo. Estos cónsules, que eran dos, y debían ser uno patricio y otro plebeyo (en los primeros tiempos los dos eran patricios), eran una mezcla de políticos y militares. Dirigían la actividad senatorial y, en caso de guerra, comandaban las legiones.
El consulado era un organismo colegiado en el que los dos regentes mandaban por igual y tenían derecho a veto entre sí. Había ciertas limitaciones para acceder al cargo: tener un mínimo de 42 años, haber desempeñado las magistraturas anteriores (cuestor, edil y pretor) y, por supuesto, ser elegido en votación. Si bien el asunto puede parecer democrático, la realidad queda bastante lejos de ello.
Los cónsules eran elegidos en los comitia centuriata, una asamblea en el que los ciudadanos se repartían en 193 centurias, en función de su posición social. Los primeros en votar eran los equites o caballeros, después los ciudadanos con un patrimonio mayor a 100.000 ases (la moneda básica romana), a continuación los de patrimonio mayor a 75.000 ases... y así, sucesivamente, hasta el capite censi, los ciudadanos de estrato social más bajo. La cuestión es que la mayor parte de centurias pertenecían a los ciudadanos más adinerados, aportando cada una un voto, sin depender del número de personas que la engrosaban. En el momento en que se alcanzaba la mayoría, finalizaba la votación, de forma que las centurias con gente menos acaudalada no solían ni siquiera votar. Así que la elección de magistrados y las decisiones importantes, en general, quedaban en posesión de la élite romana.
Como hemos dicho, una de las funciones de los cónsules era comandar las legiones en la guerra. El pueblo romano era muy belicoso. Buscaban una constante expansión y mantener un dominio e influencia internacional.
Al principio, la República fue extendiéndose por la Península Itálica. En aquellos tiempos, el año comenzaba el 1 de marzo. Los cónsules asumían su puesto, reclutaban las legiones y marchaban a la guerra. Pero llegó un momento en que las campañas se desarrollaban tan lejos de Roma que la formación de levas, su entrenamiento y la marcha hasta el lugar del conflicto (normalmente a pie) agotaban demasiado tiempo. Fue entonces, en el 153 antes de Cristo, cuando el Senado decretó el adelanto del inicio del año al 1 de enero.
El mayor miedo de la élite senatorial era que alguno de los suyos acumulase demasiado poder y se hiciese coronar rey. Por ello, el cargo de cónsul tenía sus limitaciones. El mandato era de sólo un año, tras el cual se le confería la administración de una provincia durante otro curso. Para volver a postularse como candidato tenían que esperar una década.
Por supuesto, a lo largo de la historia de la República, podemos encontrar excepciones a estas limitaciones que se solían tomar "por extrema necesidad". Cónsules demasiado jóvenes, otros que no habían desempeñado las magistraturas anteriores, algunos que encadenaban mandatos varios años consecutivos... y, cuando todo lo anterior fallaba, surgía la figura del dictador. Pero eso da para otro artículo.
Imperator Caesar Cerverius
Bibliografía:
MCCULLOUGH,
C. (1990). El Primer Hombre De Roma.
NEGRETE,
J. (2011). Roma Victoriosa.