Hace unos días acabé de leer Patria, la novela de Fernando Aramburu ambientada en el País Vasco durante los años de mayor actividad de ETA en la década de los ochenta y en los noventa. Un punto fundamental del libro es que viene a reflejar las tensiones y complejas relaciones sociales del terrorismo en el País Vasco poniendo el foco en un pequeño núcleo rural. De este modo, se atiende a cómo se percibía y vivía a ETA por parte de sus verdugos y víctimas en un ambiente cerrado e incluso dentro de las propias familias.
Quizás por ello, por haber abierto un camino nuevo en el relato del terrorismo etarra, Patria ha sido el libro del último año y de este mismo. Ahora bien, algunos han intentado ir más allá y encumbrar la novela haciendo de ella una obra canónica que marcará un antes y después sobre el fenómeno del terrorismo etarra en España. No niego que es un libro que aporta muchas novedades -los estudios históricos de la violencia de ETA se han realizado atendiendo a un orden cronológico o con el análisis de ETA como organización, desde su germen, escisiones y consolidación como banda terrorista en los años ochenta frente a otras organizaciones-; ya que Aramburu se inclina por el estudio del tejido social del terrorismo cuando este marcaba los pasos frente a las indefensas víctimas y de cómo las relaciones vecinales se modificaban si alguien era primero señalado y luego asesinado. Pero este tema ya ha sido abordado en numerosas ocasiones de forma individual o por asociaciones de víctimas de ETA como COVITE, que han relatado en numerosas ocasiones el ambiente opresivo que se respiraba en el País Vasco en los años setenta y ochenta o cómo se afrontaba el hecho de que un familiar, vecino o amigo entrara a formar parte de ETA o fuera una víctima del terrorismo. Patria puede servir de amplificador de sus vivencias, recuerdos o memorias, pero en esto la novela no presenta nada original. Tal vez solo que su relato pueda escucharse más alto o llegar a un público más amplio.
Pero me temo que a corto o medio plazo nada va a cambiar. Se está corriendo el riesgo de -como se hizo a gran escala con el Nazismo en Alemania tras la IIª guerra mundial o con la Transición en España- sepultar la memoria y el recuerdo de las víctimas en favor de un rápido y muy frágil olvido. En los años ochenta hubo un debate histórico y filosófico muy intenso y polémico en la Alemania occidental sobre la cuestión del nazismo, puesto que las nuevas generaciones se empezaron a preguntar y a cuestionar su pasado ante el olvido deliberado de las autoridades gubernamentales. Y en el País Vasco puede suceder otro tanto. Está por ver cómo se aborda y desde qué puntos de vista se hace un estudio del fenómeno del terrorismo incluyendo el relato de las víctimas y si se hace desde dentro, por historiadores o sociólogos de la Universidad del País Vasco.
Porque, aunque ETA tenía la capacidad de movilización y organización para atentar en distintos puntos de España como Madrid, Zaragoza, Barcelona, Sevilla o en el Levante español, era también un terrorismo socialmente opresivo que se ejercía en las calles de los pueblos y ciudades vascas. En los mercados, en los parques, y por supuesto en las “herriko tabernas”. Y no solo con las pistolas, sino también con las palabras y gestos. Mucho más sutiles, pero terriblemente efectivos.
Por tanto, los estudios históricos sobre ETA deben venir también desde dentro, por aquellos que han conocido mejor el clima de miedo y terror asfixiante que se realizaba hacia las víctimas y aportar un punto de vista sociológico a la violencia. Si ocurre lo contrario -y parece que seguirá así a tenor de que apenas hay nuevas publicaciones históricas en fechas recientes- se corre el riesgo de sepultar la memoria bajo escombros de tierra y olvido que dará lugar a una paz frágil en el momento de cuestionarse el pasado y su narrativa.