En la antigua República de Roma, antes incluso de Sila, Mario o César, existía un sentimiento entre la población, ya fuera entre las élites o entre el pueblo llano, que era “lo primero es Roma”. Lejos de intereses personales egoístas, existía ese sentimiento patriótico que les hacía ver que ellos eran meros ciudadanos de una cosa mucho más grande. Esto les hacía alistarse en las levas cuando se producía un reclutamiento, jurar una ley aunque no estuviesen de acuerdo con ella o servir a un general aunque no sintieran simpatía por él. El motivo principal era siempre el mismo: ROMA.
Con la Tardorrepública llegaron los intereses personales. Generales que ponían por delante su carrera al interés del Estado, senadores que se movían por motivos egoístas en vez de mirar por el bien de la República, etc. Algo así es lo que sucedió con el PSOE.
Hubo un tiempo en el que el Partido Socialista se movía por sus ideas, las defendía a ultranza, conectaba con la ciudadanía y, cuando no lo conseguía y los resultados electorales le eran adversos, el líder, que es el responsable último, dimitía.
Como un equipo de fútbol que no puede despedir a toda su plantilla se desprende de su entrenador, el secretario general presentaba su renuncia, sin que nadie se lo pidiese. Un mero hecho de responsabilidad política. Pero hace mucho que eso se perdió.
En el devenir histórico del PSOE se cruzó una joven andaluza con una ambición descontrolada y ningún éxito electoral en su haber. Aun a pesar de estos hándicap, todo el partido la consideraba como el futuro del socialismo español. Pero, en ese destino que ella esperaba asumir por aclamación del partido, se interpuso Eduardo Madina. El vasco, con más de diez años como diputado nacional, varios de ellos como secretario general del grupo parlamentario, y favorito de Zapatero para el puesto durante mucho tiempo, no sólo se presentó a las primarias para dirigir el PSOE, sino que exigió que se realizasen a través del sistema “un militante, un voto”, en contraste con el sistema de compromisarios utilizado hasta el momento.
La andaluza, aun habiendo llegado a la presidencia de su comunidad autónoma (no por victoria electoral, sino por sucesión del anterior dirigente), temió una derrota que pondría punto y final a sus aspiraciones de presidir algún día la nación. Por eso se decantó por elegir a un campeón al que apoyar y que le mantuviese el sillón de la secretaría general hasta que llegase su momento.
Pese al sistema de voto directo, el aparato influenció lo suficiente a los militantes en cada región como para que un desconocido sin apenas experiencia, como Pedro Sánchez, favorito de Susana Díaz, tumbase a Madina.
Los primeros pasos de Sánchez no fueron sino dirigidos, como si de una marioneta se tratase desde más allá de Despeñaperros por la “reina del sur”. Pero, poco a poco, el madrileño fue cortando las cuerdas que le convertían en títere y fue actuando de forma independiente. Él tenía sus propios intereses personales y, aun con la sangría de votos que estaba trayendo al partido elección tras elección, se aferraba al cargo y no pensaba en abandonarlo.
Fue entonces cuando se produjo el golpe. La todopoderosa dirigente de San Telmo tiró de sus hilos y la mayoría de los barones territoriales se alinearon con ella. Se produjo una dimisión en masa de la ejecutiva con la intención de llevarse al secretario general por delante, pero él siguió aferrado al cargo.
Hizo falta un comité federal (máximo órgano entre congresos con unos 250 dirigentes de todo el estado, entre los que se encuentran diputados, barones, exsecretarios y dirigentes de toda la índole) para solucionar el asunto. Tras más de doce horas a cara de perro, discusiones, conversaciones acaloradas, vuelo de cuchillos y un espectáculo bochornoso que pudo ver todo el país, lograron deponer a Pedro Sánchez, formar una gestora que dirigiese el partido hasta el próximo congreso federal y evidenciaron una total sensación de partido roto.
Con unas posibles elecciones a la vuelta de la esquina, ¿qué votante en su sano juicio confiará su papeleta a unos personajes que no pueden ni gobernar su propio partido? Quizá esta guerra civil fratricida les costase mucho más que un secretario general. Al fin y al cabo, otro fracaso electoral no parece un castigo excesivo para los que se atrevieron a jugar al “juego de tronos” con un partido centenario, con una ideología política y con el destino de toda una nación.
Imperator Caesar Cerverius
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