Los días están contados para la cita electoral del 26-J.
Aunque en lo estricto ha habido dos semanas de campaña, en la realidad los
partidos llevan desde el 20-D dando caña y difundiendo sus programas, marcando
sus líneas rojas, tomando posiciones... Pero, de hecho, ¿tanto ha cambiado el
panorama político desde el pasado 20 de diciembre para que los españoles
cambien su voto? Repasemos las situaciones:
El Partido Popular, ganador de las pasadas elecciones,
declinó presentarse a la investidura por falta de apoyos. Frente a las voces
(incluso internas) que promovían un cambio de candidato, Mariano Rajoy sigue
siendo el cabeza de lista. El discurso es el mismo de siempre: No ha habido
recortes, lo hecho ha sido por obligación de la Unión Europea, y ya hemos
empezado a salir de la crisis. El único cambio, a parte del himno del partido a
ritmo de merengue, es la cercanía mostrada por el presidente; acudiendo a algún
programa de televisión y accediendo al debate a cuatro.
El PSOE se ha dedicado a hacer la campaña del mártir. Pedro
Sánchez se siente herido con Pablo Iglesias por no haberle apoyado en la
investidura, así que se ha dedicado a repetir el mantra de la pinza PP-Podemos.
El Partido Socialista ha llegado a centrar sus ataques en Iglesias, olvidando a
Rajoy, y manteniendo con Rivera un pacto de no agresión. A parte del video en
el que se ve a Pedro Sánchez limpiándose la mano después de saludar a unas
personas de color, el líder socialista ha pasado sin pena ni gloria por la
campaña.
Podemos se ha dedicado a hacer lo que mejor sabe: comunicar.
Desde un programa original que recuerda al catálogo de IKEA, hasta las
apariciones televisivas y los mítines multitudinarios, la formación morada ha
ido creciendo jornada a jornada. Además, su pacto con Izquierda Unida les
garantiza anexionarse alrededor de un millón de posibles votantes y que varios
escaños que cayeron de un lado en el 20-D, caigan del otro en el 26-J.
Ciudadanos ha utilizado la circunscripción exterior de
Venezuela para hacer campaña. Las circunstancias en el país sudamericano y la
política de su presidente, Nicolás Maduro, has sido acicate de Albert Rivera
contra Podemos. El mismo Rivera viajó a Venezuela, por su cuenta y riesgo,
contraviniendo las recomendaciones del Gobierno Español y del expresidente José
Luis Rodríguez Zapatero, que estaba realizando labores negociadoras entre la
Administración de Maduro y la oposición venezolana. Rodeado de una “troupe” de
periodistas, Rivera fue, se fotografió y volvió. A parte de Venezuela, de poco
más se ha hablado desde la formación naranja.
En esta campaña fuimos testigos del primer debate a cuatro
autentico entre candidatos (o sea, sin Soraya, que es muy auténtica, pero como
vicepresidenta). Poco nos despejó dicho debate. Cuatro monólogos, algunos
ataques y posiciones muy medidas. Pecado imperdonable fue el de dedicar unos
cuarenta segundos cada candidato a hablar de violencia de género (y porque
fueron preguntados ex profeso por uno de los moderadores) antes de volver a
lanzarse los trastos a la cabeza.
En definitiva: Dos semanas (o siete meses, según se mire) en
las que los partidos no han ofrecido nada nuevo. Nada que base al elector a
cambiar su sentido del voto. Una campaña en la que lo único que se buscaba del
votante era que se tragase el teatro. Que se tragase el programa. Que se
tragase los ideales que les ofrecían los partidos políticos. Que se tragasen
las promesas que les hacían los candidatos. Todo de un bocado y sin masticar.
Como el que se traga un canapé de paté. Un paté de campaña.
Imperator Caesar Cerverius
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