Cuatro contendientes, tres moderadores, cuatro árbitros profesionales para controlar los tiempos, quinientas personas trabajando durante días para organizar la noche, tres grupos de comunicación, miles de esperanzas depositadas en el primer debate a cuatro de la democracia entre candidatos... Resultado: decepción y aburrimiento.
Vayamos por partes. Cuatro contendientes: Mariano Rajoy, presidente en funciones desde hace ya no se sabe cuánto, y tres aspirantes, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera.
Rajoy; del que se esperaba tan poco que, al mantenerse en pie, se dio por buena su actuación. Estamos tan acostumbrados a sus caras de duda y a sus balbuceos cuando una pregunta le pilla a contrapié, que ya no los tenemos en cuenta ni los tomamos como muestra de flaqueza. A excepción del apartado de corrupción, donde no pudo defender lo indefendible, aguantó el envite.
Pablo Iglesias, que se maneja en estas lides como pez en el agua, salió a mantener su segundo puesto en las encuestas al 26-J. Comedido, sin levantar la voz y sin interrumpir a sus contrincantes, se impuso a sí mismo un tono sobrio en el que intentó defender su programa. La mayoría de las encuestas le dan como vencedor del debate.
Albert Rivera, más relajado que en el anterior debate a cuatro de las anteriores elecciones, atacó a diestra y siniestra al PP y a Podemos y mantuvo un pacto de no agresión con el PSOE. Puso a Rajoy contra las cuerdas en alguna ocasión pero no llegó a rozar a Iglesias.
Y finalmente, Pedro Sánchez, que creyó que por sentarle bien el traje y gustarle a la cámara, lo tenía todo hecho. No convenció, no propuso y no se salió de su papel de presidente con investidura fallida.
Hablemos de los tres moderadores: Ana Blanco, Pedro Piqueras y Vicente Vallés. Profesionales como la copa de un pino, pero que en vez de sumar, restaron. Con falta de coordinación y frases entre ellos con el micrófono abierto, solamente Vicente Vallés (representante de ATRESMEDIA) supo inocular algo de dinamismo al debate.
Quinientas personas trabajaron conjuntamente para organizar un encuentro en la Academia de la Televisión que resultó en exceso encorsetado, abusó del ambiente solemne y privó a los espectadores de las réplicas, las interpelaciones y las discusiones. O sea, lo que viene a ser un debate.
La noche del pasado lunes 13-J vimos una serie de monólogos seguidos de unas breves respuestas "por alusiones" en donde el espíritu se desvirtuó y ningún mensaje pudo calar completamente.
Pudimos ver a un Pedro Sánchez, despechado con Iglesias, que todavía no consigue entender por qué no es presidente. Más de ocho veces echó en cara el socialista al podemita la "pinza" que supuestamente creó con el Partido Popular para privarle de la investidura.
Rivera fue otro que también atacó a Iglesias, enarbolando argumentos como que Podemos quiere sacar a España del Euro, la financiación desconocida de la formación morada o la verdadera ideología de su líder.
Pablo Iglesias, lejos de defenderse con uñas y dientes ante los ataques, se limitó a negar con la cabeza y esperar pacientemente su turno de palabra para desmontar, uno por uno, todos los argumentos de Rivera.
En definitiva, cuatro líderes que poco o nada convencieron a los indecisos y que se limitaron a hablar para sus correligionarios. Un debate que perdió sin duda Pedro Sánchez, que no lanzó ni una propuesta y se limitó a mostrar su indignación por su mala suerte con Podemos y a defender medidas ya adoptadas por el PSOE. Un debate que mejoró la imagen de Rajoy, al aceptar sumarse al juego y enfrentarse con el resto de candidatos, y que supo vestirse con una pose institucional que le mantuvo a salvo. Un debate que acercó bastante a Rivera y a Iglesias como vencedores. El uno por incisivo y el otro por buen comunicador, pero que, en mi opinión, ninguno mereció el premio; el uno por vacío de contenidos y el otro por falta de garra.
Paradójicamente, de los tres debates que se han realizado en campaña (el de mujeres, el económico y el de candidatos), ha sido éste, aun siendo el más esperado y preparado, el más insulso. Y es que para este viaje no hacían falta tantas alforjas.
Imperator Caesar Cerverius
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