Este 1 de abril se han cumplido 80
años del final de la Guerra Civil española. Sobre este trágico acontecimiento
-en el que gira todo el siglo XX español-, se harán eco diversos medios y se
analizará desde diversas perspectivas: histórica, periodística, fotográfica o
literaria…
Y con toda seguridad, los medios de
comunicación o la vertiente histórica obviarán el tratamiento de la guerra en
los cómics y novelas gráficas. Porque estos medios, desde la década del año
2000, han plasmado la temática de la guerra de una forma muy variada. De hecho,
por curioso que pueda parecer, el uso político y público sobre la Guerra Civil
española ha ido aparejado con el número de volúmenes y obras gráficas
publicadas sobre el conflicto bélico.
Como se ve en este gráfico de
Michel Matly, hubo una primera oleada de trabajos referidos sobre la Guerra
Civil que comenzó en la Transición y llegó a cubrir toda la década de los años
80 hasta los primeros años de los noventa. Este auge de publicaciones coincidió
con los primeros trabajos e investigaciones sobre la Guerra Civil a nivel
académico y también con una pequeña y breve apertura del debate público sobre
el periodo bélico, más allá del silencio que se quiso imponer a nivel político,
ensalzando a los actores políticos de la Transición y haciendo todo lo posible
por olvidar el pasado traumático, enterrarlo debajo de la alfombra y mirar
hacia un futuro próspero y de concordia (Os suena esto, ¿verdad?)
Vayamos a lo concreto. ¿Cómo y de
qué manera se reflejó la Guerra Civil española en los primeros trabajos que
trataban específicamente este periodo de nuestra historia?
Un primer
ejemplo lo encontramos en la tetralogía Eloy
(Hernández Palacios, 1979, 1980, 1981, 1987), que utilizó una
identificación conectiva al presentar a los republicanos como “nosotros” pero no
a los enemigos, ya que los pertenecientes al bando franquista no aparecen
personificados. Se plasman como “entes” que sirven de contrapeso al
protagonista republicano. Aun así, intenta rehuir de polémicas sobre la guerra
y presentarla como una situación muy excepcional de manera lineal.
Por el contrario, hubo cómics
vinculados a la extrema derecha, como la novela gráfica editada por Fuerza
Nueva Setenta días en el infierno. La
gesta en el Alcázar de Toledo (Carlos y Luis F. Crespo, 1978). Es un claro
ejemplo de alegoría de esta batalla y ensalzamiento del bando franquista de una
forma sesgada y parcial, demonizando al bando republicano.
En los años
80, el tratamiento generalista y lineal sobre la guerra que se quiso dar en la
década de los setenta varió levemente con comics como Emili Piula (Subirachs, 1980) o con la serie de ocho historietas
publicadas en la revista Cimoc
(Víctor Mora, 1986, 1987). Se abandonó la identificación
«nosotros-republicanos», y se optó por otra más alejada y aséptica
ejemplificada en un «ellos-republicanos», representándose además la guerra como
una locura colectiva entre los dos bandos que no debiera repetirse en el
futuro.
La principal aportación del trabajo
de Subirachs es que incluía a miembros de la Iglesia como actores protagonistas
de la guerra, un hecho que “accidentalmente” se había obviado en obras
anteriores.
Pero este primer auge de cómics y novelas
gráficas sobre la Guerra Civil no se tradujo en un mayor interés por parte de
los lectores, editores ni para el público en general. Las publicaciones de los
años ochenta sobre este tema pertenecían a editoriales muy pequeñas, casi marginales.
La crisis de las grandes editoriales hizo que muchas de ellas desaparecieran,
otras tuvieron que fusionarse o reconducir su temática mediante la contratación
de autores muy consagrados cuyas obras tratarían temas más costumbristas, que
no incomodasen a nadie. Además, durante el gobierno socialista se creó la idea
(falsa pero perdurable) de que mirar al pasado traumático de la guerra, era
algo incómodo y propio del cajón de la historia, que podía romper España. Había
que mirar hacia el progreso y la modernidad (cerca estaban de celebrarse en
1992 los Juegos Olímpicos de Barcelona y la EXPO de Sevilla) y esconder bajo la
alfombra toda mirada crítica sobre la Guerra Civil, para crear una concordia
ficticia. Estos dos hechos fueron dos factores que produjeron en los años 90
una década de silencio y olvido de los cómics sobre la Guerra Civil española.
Por suerte,
en 1997 se publicó Un largo silencio
de Francisco Gallardo, que supuso una ruptura del silencio historiográfico
sobre la Guerra Civil por parte del mundo del cómic y de la novela gráfica, y
aportó una nueva perspectiva al relatar la trayectoria vital de su padre en el
conflicto –el miedo de la artillería, los fusilamientos en ambos bandos y el
encierro en los campos de concentración del sur de Francia como exiliado–. Es
un punto de vista novedoso que sirvió de ejemplo para futuras obras que
explicaremos en otro momento. Otra de las novedades de este trabajo fue su
formato de novela gráfica, ya que se presentó como una especie de cuaderno o
diario junto a fotos y dibujos del padre del autor, algo similar a lo que hizo
Art Spiegelman en Maus. Esta
compilación de documentos personales intentaba dar verosimilitud a la historia
y acortar la distancia entre la realidad traumática de la guerra y su
representación gráfica. Además, Un largo
silencio fue una de las obras pioneras en el tratamiento de la Guerra Civil
desde el punto de vista de la memoria biográfica y supuso el inicio de una
larga y próspera serie de cómics y novelas gráficas publicados ya en el siglo
XXI cuyo valor y trasfondo fundamental será el de formar parte de la llamada
“memoria histórica”.