Caín y Abel, Rómulo y Remo, Seth y Osiris... Hermanos, todos ellos. Hermanos que, seguramente, en algún momento se amaron pero que, finalmente, acabaron con uno muerto y el otro con las manos manchadas de sangre.
Pablo Iglesias e Íñigo Errejón son otros que, si bien no son hermanos de sangre, desde que se conocieron en la Universidad Complutense de Madrid han llevado su relación de amistad hasta el punto de poder considerarse como tal. Juntos estudiaron Ciencias Políticas, soñaron con arreglar el país, se manifestaron en el 15-M, crearon un proyecto político, un movimiento, un partido, se presentaron a las elecciones, consiguieron magníficos resultados y, como algunas parejas, cuando se acabaron los desafíos que tenían por delante, surgieron los problemas.
Habían pasado por unas elecciones europeas en las que irrumpieron en el panorama político por sorpresa; habían conquistado unas elecciones autonómicas y municipales en las que se hicieron con las alcaldías de varias de las ciudades más importantes de España y en las que se convieron en soporte de varios gobiernos autonómicos de izquierdas; habían pasado por, no una, sino dos elecciones generales en las que llegaron al parlamento como tercera fuerza política y con capacidad para influir en muchas de las medidas que se iban a tomar en el futuro. Pero ahora quedaba por delante toda una legislatura del Partido Popular sin elecciones a la vista. Las lealtades inquebrantables y el "hombro con hombro" llegaban hasta ahí. Las diferencias tenían que ponerse sobre la mesa en el próximo congreso, llamado Vistalegre II, que estaba por celebrarse. Fue entonces cuando Iñigo dio el salto. No es que quisiera disputarle el liderazgo a Pablo, ni mucho menos. Él sabía que Iglesias seguía siendo necesario en el partido y que Podemos seguía siendo muy dependiente de él. Por ello, Iñigo intentó convivir con Pablo, pero maniatándole. Sus propuestas pasaban por recortar los poderes del secretario general, depender más del Consejo Ciudadano, limitar las alianzas con otras fuerzas políticas (llámese Izquierda Unida) y moderar el discurso para volver a la "transversalidad". Vamos, lo que siempre defendió, más alto o más bajo. Desde luego, nadie puede llamar a Errejón "traidor" o acusarle de plantear ideas distintas a las del pasado.
De los dos, Iñigo siempre fue el político. Él hipnotizaba al público en los mítines. La fluidez de su diálogo, la claridad de sus ideas y la capacidad de realizar un discurso intenso, sin decir una palabra más alta que la otra, emocionaba a todo aquel que le escuchase.
Después llegaba Pablo, el "showman". Sus gritos y gesticulaciones hacían que pronto su coleta ya no estuviera sujeta y firme, sino con pelos por delante de la cara y empapando las visibles muestras de sudor. Sus numeritos cantando "coleta morada", hablándole a un tronco y poniendo a los dirigentes del Partido Popular de zombies y vampiros evocaban lo primitivo del espectador, haciendo aflorar la risa y el aplauso fácil y convirtiéndoles en hooligans.
Pablo e Iñigo fueron compañeros, amigos, hermanos, pero eso no se contradice con defender modelos de partido diferentes.
Pablo es más de unir a toda la izquierda y mantener constantemente un discurso duro y machacón. Iñigo es más de "transversalidad". Nada de izquierdas y derechas, sino de arriba y abajo. Rehuye etiquetas y busca un discurso moderado con el que poder pactar y aplicar la fuerza parlamentaria de Podemos para conseguir cosas desde el minuto uno.
Con la mayoría de los más de 155.000 votantes, Podemos se ha decantado por seguir las tesis de Iglesias, de manera que el partido morado seguirá siendo el del puño en alto, el grito y la sobreactuación, pero también el de la identidad de izquierdas, el de la alianza con otros partidos con objeto de sumar todos los votantes posibles y el del acoso constante a la vieja política.
Ahora sólo queda saber qué ocurrirá con los perdedores. En cualquier otro partido serían borrados del mapa de inmediato. Pero Podemos llegó a la escena política con promesas de hacer las cosas diferentes. El partido no puede permitirse perder a una persona tan válida como Iñigo Errejón. Pablo Iglesias será inteligente si opta por la magnanimidad e integra en su círculo tanto a Errejón como a la otra corriente minoritaria, la de los anticapitalistas de Miguel Urbán. Con este perdón y este abrazo, Pablo Iglesias no sólo demostrará ser un buen secretario general, sino también un buen amigo.
Imperator Caesar Cerverius
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