jueves, 15 de diciembre de 2016

日本 (Japón)

Shinjuku, Tokio.

Cuando vuelves del país del Sol Naciente, todo te sabe a poco.
De repente, todo cambia. 
Y es que Japón se caracteriza por una limpieza impoluta, una educación extremada, y un respeto por todo, y todos, asombrosa

No es que no valore mi país y sus costumbres, no es que no me guste la tierra que me vio nacer y crecer. Pero es innegable que, un país como Japón, que parece tan atrasado en ciertas cosas como el tema laboral, la mujer y otros temas, nos lleve una ventaja apabullante en muchos otros aspectos. Tristemente, en la gran mayoría.

Escribo estas palabras desde un tren, salida desde Kioto (京都) con destino Nara (奈良). Un tren local, más acorde a sus ciudadanos locales que al turista típico de a pie; por fuera parece antiguo, y aunque los asientos no son tan cómodos como los del increíble "shinkansen" (しんかんせん famoso tren bala), se puede apreciar una limpieza extremadamente delicada, ordenado y sobre todo, puntual.

Tanto este tren, como el ya nombrado "shinkansen", o cualquier metro, autobús o taxi, son famosos por su puntualidad y limpieza. El personal también es famoso por su extremada educación y atención al pasajero.
サラリーマン, Sararīman, ejecutivo japonés de rango bajo.
Será una falsa educación impuesta por el sistema pero, llamadme loca, lo prefiero así. Me gusta la educación y las buenas formas.

Algo sorprendente es la libertad de llevar mochilas abiertas, asomando incluso el móvil o cartera sin miedo. Aquí no existe el amigo de lo ajeno. Bueno, mi gusto por esta tierra quizá me haga exagerarlo, obviamente ladrones, maleantes y gente con poca buena intención existen en todas partes. Pero es asombrosa la libertad y tranquilidad con la que puedes cruzar el famoso "Scrumble" de Shibuya, en Tokio, con la multitud rozándote a penas el brazo cuando te cruzas con ellos, y no temer que vaya a desaparecerte algo. 
También me sorprende la puntualidad para todo. No solo a nivel transporte. A la hora de comer, sorprende la rapidez con la que te sirven. Y lo mejor, te traen lo que has pedido como lo has visto. No existe la publicidad engañosa para atraer al cliente al producto. No les hace falta tampoco, su gastronomía y productos se venden solos. Es un mundo aparte.
Pocas cosas (o ninguna) de las que he probado hasta hoy, puedo decir que "no repetiría", o que "no me ha gustado". Creo que para gustos colores, claro está, pero mayoritariamente, todo está bastante bueno, con mucho sabor y muy saludable.

Ramen, plato típico chino adoptado por Japón.

Igual de sorprendente es el respeto por el espacio individual de cada uno. Es decir, Tokio (東京) es una de las ciudades más pobladas del mundo (quizás la más poblada), pero gracias a su orden estricto, riguroso y sepulcral, se evitan muchos sustos, golpes y malentendidos.
Tras visitar Nueva York y Tokio, me quedo con la segunda, y no es por el amor que siento hacia este país, sino porque en comparativa, y gustándome el orden, es mejor. 

La historia que rodea a este país, y su cultura, me dejan boquiabierta. Sobre todo el cómo cuidan su patrimonio. Como si fuera de cada uno de ellos (y con esto, hablo también de que nadie ensucia nada, todos recogen su basura sin molestar al de al lado, y de nuevo, con un orden escrupuloso). Y es que así deberíamos cuidar nuestra historia, cultura y patrimonio, como si fuera de cada uno, con ese valor ancestral que te hace valorar a tu país, mejorar y saber que, quien viene de fuera a visitarlo, debe respetarlo.
増上寺, templo Zojoji en Tokio.

Japón tiene cosas malas, como todos los países. Y tras escribir estas palabras, puede parecer que no soy consciente de ello, pero igual que con mi país, prefiero quedarme con todas las cosas buenas, ya que para quejarnos, tenemos mil vías y no dudamos en hacerlo en cuanto podemos. 

Conclusión, el amor existe y en mi caso, lleva su nombre: Japón.
Un país para visitar. Un país para disfrutar y cuidar.

またね!
Heiwa. 





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