sábado, 16 de enero de 2016

Si el nivel cultural de España fuera algo tangible y mesurable

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El bar de las grandes esperanzas, de J.R. Moehringer


Comenzaré por un pequeño inciso.
Si el nivel cultural de España fuera algo verdaderamente tangible, los datos resultarían verdaderamente bochornosos, por no decir que nos podría mostrar una dolorosa realidad. En muchos aspectos, nuestra sociedad resulta un compendio de iletrados y cretinos que se enorgullecen de serlo. Hemos podido ver en distintos medios de comunicación cómo la gente confesaba haber leído menos de cuatro libros en un año, e incluso menos. O peor aún, argumentando que consumen literatura “de calidad”: leen textos de personas encantadas de conocerse que se preconizan como filósofos de los siglos XX y XXI y son panfletos de autoayuda –véase Paulo Coelho-; auténticas bazofias edulcoradas que perpetúan la idea del eterno amor adolescente en cuyo fondo late la concepción de cómo el clasismo social y el viejo patriarcado machista debe perpetuarse en  las generaciones venideras –hete aquí a un tal Federico Moccia-; o el eterno debate de la idoneidad de las novelas históricas, las cuales nunca llegan a cumplir el objetivo de muchos de sus autores que no es otro que acercar la historia al gran público. En España es un género trabajado tanto por historiadores: José Luis Corral o Ian Gibson; como por verdaderos mediocres –la tertuliana Isabel San Sebastián, cuya mentalidad es más antigua que el contexto de sus libros; o el guardián del buen escribir, de la mesura y de la buena educación, Arturo Pérez Reverte el “Capitán Merluza del Cantón de Cartagena contra el mundo”. Por otro lado, juega bastante en contra de la existencia de una amplia cultura social el monopolio literario que ejercen algunas editoriales, cuyos tentáculos en los medios de comunicación y sus enormes recursos les permiten publicitar auténticos atentados impresos que dañan a los sentidos, pudiendo colocar sus productos en primera fila de muchas librerías o centros comerciales en detrimento de trabajos de calidad, que son conocidas por el boca a boca, permaneciendo ocultas para el gran público. Enterradas como un tesoro.
Traigo esto a colación a raíz de la publicación hace cuatro meses del libro El bar de las grandes esperanzas de J.R. Moehringer que reseñaré más adelante. Pero como primer punto de atención debo destacar que este libro se publicó originalmente en el 2005, llegando a España con una década de retraso. Pero como dicen, el tiempo de espera ha merecido la pena. Y es que en la autobiografía nos relata su propio proceso de crecimiento y de madurez, partiendo de una infancia con un padre ausente al que busca de una forma atípica y sobre todo, el lugar clave, el epicentro tanto en su camino hasta llegar a ser adulto y como el de la vida en su ciudad, el bar “Publicans”.
Estos son los dos ejes sobre los que pivota la novela, en la que la acción y los hechos narrativos pasan a un segundo plano dejando a las personas las que sean verdaderas protagonistas, tratando Moehringer de hacerlas encajar en un complicado y abstracto puzle humano cuyo resultado daría tanto su cosmovisión como su propio carácter y personalidad. Partimos desde la niñez de Moehringer desde Manhasset en la costa este hasta la abrasadora Arizona acompañado de su madre en unas penosas condiciones económicas; su dificultad para encajar con la sociedad y sus sueños de ingresar en Yale a pesar de sus enormes dudas sobre sus capacidades intelectuales, por lo que afronta la carrera universitaria con el mero objetivo de sobrevivir de la misma manera que en su primer trabajo. Una idea que subyace y que pone en consonancia su crecimiento personal con el otro nexo de la novela es la búsqueda constante de un modelo paterno. Eso es lo que le relaciona con el lugar más importante del libro. Es por tanto el “Publicans” un bar que le permite observar su entorno, empaparse de él. Un bar donde se narran los sueños y las victorias personales y profesionales de cada uno pero también las desesperanzas, las frustraciones, las pérdidas irreparables. Donde el discurrir y la evolución de los personajes hace derivar en la idea de que mediante los peores momentos es cuando más podemos conocernos a nosotros mismos, y es también en un bar donde todas las personas se igualan, donde los fantasmas y las decisiones acertadas del pasado pueden relatarse sin miedo a ser juzgados. Es el refugio del protagonista, y por extensión de todos los habitantes de Manhasset, el verdadero centro de reunión y de vivencias del pueblo. Nos narra pues, una cultura del bar y de la conversación con la que nos podemos sentir identificados, provocando en el lector sensaciones de identificación con el propio autor; sentimientos desasosegantes, de impotencia y pérdida. Pero también de esperanza.

La conclusión de ese recomendable libro es que su encanto proviene gracias a su íntima temática y por el poso intelectual y emocional que deja en el lector al cerrar la última página. Y como añadido, hay que decir que su triunfo supone la victoria de los buenos libros, escritos con el alma del autor. Esos libros que permanecen ocultos en rincones, alejados de las estanterías más grandes. Es imperativo recuperar el hábito placentero de ir en busca de esas desvencijadas librerías, recorrerlas, hojear y saborear cada uno de sus libros como pequeñas delicias. Porque eso es LITERATURA.

-Olof.


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