PARTE II (EUROPA)
Habíamos explicado cuál era la situación de la socialdemocracia en España. Veamos en un rápido repaso qué ha ocurrido en Europa en los últimos tiempos
La renuncia de Willy Brandt a la Cancillería de Alemania Occidental en 1974, seguida por el gobierno de Helmut Schmidt hasta 1982, y el asesinato del primer ministro sueco Olof Palme en 1986 supusieron los tres hitos fundamentales para la caída en desgracia y casi desaparición de la socialdemocracia no solo en esos países en concreto, sino en toda Europa. Es verdad que, en los años ochenta, el socialismo extendía su influencia por los países mediterráneos (Portugal, España y Grecia) e incluso Francia donde el PSF de Miterrand gobernó con el apoyo secundario de los comunistas. Sus intentos reformistas como mejoras salariales, nacionalización de empresas y bancos o reducción de la jornada laboral e incluso la abolición de la pena de muerte o la despenalización de la homosexualidad -en el país de la “Liberté, égalité, fraternité” este hecho tuvo lugar hace solo 30 años- acabaron por provocar un significativo aumento del déficit y de la inflación. Por no hablar de su postura sobre el pacifismo o el ecologismo. Recuerden el Rainbow Warrior, un barco perteneciente a Greenpeace que fue atacado y hundido por agentes franceses en 1985 para evitar las protestas pacíficas en el Atolón de Mururoa, lugar de pruebas nucleares francesas.
En la actualidad si algo caracteriza al Ejecutivo de Hollande y Valls es su debilidad no solo frente al tradicional rival, la UMP -ahora llamado Los Republicanos-; sino hacia el Frente Nacional de Marine Le Pen. Un hecho que se ha plasmado en las últimas elecciones regionales cuando Manuel Valls pedía el voto para el partido de Sarkozy, por no hablar de sus estrictas y poco conciliadoras reformas sobre la inmigración y los extranjeros ya asentados o su apatía ante las protestas que se sucedieron en numerosas ciudades francesas tras la aprobación del matrimonio homosexual. Ni el inicio de una respuesta armada contra ISIS ha logrado aumentar la aprobación de su gobierno.
Gran Bretaña fue en los años ochenta la punta de lanza de la ola conservadora anglosajona junto a la presidencia de Reagan en EE.UU., pero el Gobierno de Thatcher dejó un país con la mayor parte de sus servicios básicos privatizados y con un significativo aumento de la desigualdad entre clases sociales. E incluso debilitó al laborismo británico que no retomaría el Gobierno hasta 1997 con Tony Blair, cuyas primeras medidas fueron recuperar un verdadero Estado de bienestar logrando al mismo tiempo unos satisfactorios acuerdos de paz con el IRA –ratificados en el Acuerdo de Viernes Santo de 1998-, y que significaron el inicio del desmantelamiento del terrorismo irlandés hasta su final en 2008. Sin embargo, en política exterior el laborismo inglés no iba a suponer una novedad respecto al conservadurismo británico manteniendo la tradicional sumisión con Estados Unidos, reflejada al encabezar la ilegal Guerra de Irak del 2003. Su caída en desgracia dejó muy tocado al Partido Laborista, perjudicando la imagen de su sucesor Gordon Brown. Y habrá que esperar si su nuevo líder, Jeremy Corbyn logra insuflar nuevos bríos. En contraposición, pongamos como ejemplo a la Alemania del socialdemócrata Schröder, quien no cedió a las presiones norteamericanas y británicas para la participación alemana en Irak, aunque hay que consignar que lo logró por la rotunda negativa de sus socios de gobierno, Los Verdes.
Es fácilmente constatable la desaparición de la totalidad de postulados socialdemócratas en los distintos programas de gobiernos progresistas con la salvedad de Grecia –hasta que la UE y la Troika hagan caer totalmente el gobierno-, Suecia, Portugal con un Gobierno formado mediante el pacto de fuerzas de izquierda y habrá que ver qué consigue Renzi en una Italia que debe resurgir después del nefasto Berlusconi-, en tanto en cuanto no todos los puntos se están aplicando en las estructuras políticas, sociales, económicas e incluso en las relacionadas con la ecología, el pacifismo o en materia religiosa. Además, la crisis económica iniciada en Europa en el 2008 y que derivó en una palpable degeneración del sistema político e institucional en todo el continente ha provocado una oscilación del péndulo gubernamental hacia posiciones más conservadoras e incluso se ha experimentado un súbito auge de posturas totalitarias llevadas a cabo por partidos de extrema derecha, desde Francia a Polonia pasando por Hungría, Alemania, Grecia o Dinamarca. En este punto no se puede obviar la cuota de responsabilidad de los partidos y formaciones socialistas europeas al minimizar primero y al no ofrecer después unas respuestas y soluciones tangenciales a la crisis económica y política de una forma adecuada y protectora al conjunto de la sociedad, asegurando en este momento de zozobra un verdadero Estado del Bienestar, que con tanto esfuerzo fue conseguido en los años sesenta y setenta del siglo XX.
Este es uno de los mayores desafíos del socialismo a lo largo de su historia. Por un lado, recuperar los teoremas que ha olvidado –o peor aún, aparcado- de la socialdemocracia, y por otro reflexionar las causas que le han llevado a su descrédito en casi todo el conjunto de Europa y plantear soluciones concretas, realizables y prácticas que devuelvan y consoliden no solo un nuevo Estado del Bienestar sino también una equidad mayor en la distribución de la riqueza y en proteger a las clases bajas y medias, verdadero motor del progreso económico. Esa es la tarea que urge al socialismo en la actualidad sino quiere ver cómo toda su obra queda relegada a los libros de la Historia.
-Olof.
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