Hace una semana escribíamos sobre el 90 aniversario de la Segunda República Española y cómo se desenvolvieron los hechos de su advenimiento, desarrollo y muerte (en realidad, asesinato). Pero ¿cuán cerca estamos de la Tercera? Más bien, lejos, creo yo.
A diario, en las televisiones públicas y privadas, se nos
bombardea con la imagen de la sucesora, la Princesa Leonor. Que si estudia en
un internado; que si ha asistido a su primer acto público en solitario; que si
ya sabe comer sola… Es decir, los medios de comunicación son monárquicos. Si no
ideológicamente, al menos por interés. En principio, vende mucho más la vida de
la realeza que la de simples “civiles”, por importante cargo que puedan tener.
Por otro lado, políticamente, no hay mucho respaldo a la
república como régimen. VOX defiende una España ancestral y anacrónica. Poco le
importa si el monarca se llama Leonor I o Fernando II, con tal de que sea una
figura a la que ovacionar y poder gritar “¡¡Viva el rey!!”. En el Partido
Popular, como buenos conservadores, defienden el statu quo. Si fuera por
ellos, todavía viviríamos en una monarquía absolutista, en la que el rey haría
y desharía a su antojo, con impunidad ante la justicia (oh, wait…). Llegado el
momento, será raro que se pueda contar con ellos para una transición “amable”.
Podemos apuesta fuerte por el republicanismo, como no pierde ocasión de
manifestar cada vez que se presenta la oportunidad. Para muchos, son traidores
que no deberían expresar sus opiniones desleales mientras pertenezcan al
Gobierno. ¿Acaso se debe renunciar a la ideología para formar parte del Consejo
de Ministros? Si cabe, es cuando habría que defenderla con más vehemencia, ¿no?
El Partido Socialista, aunque se define como republicano, no está por la labor
de destronar a nadie (si Negrín levantara la cabeza…). Con la excusa de
mantener el consenso de la Constitución de 1978, podríamos ver pasar a una
innumerable cantidad de Borbones hasta el día del juicio final. Según ellos, se
le debe mucho al Rey (que digo yo que, de debérsele algo, sería a Juan Carlos I
y no a su hijo) y que hablar de república “no toca”. Pero, ¿cuándo toca?
Hace un tiempo, se descubrió que el “campechano”, además de
ser muy cachondo y cercano con el pueblo, lo era más aún para con los bienes de
éstos. Salieron a la luz informaciones de cuentas en Suiza, dinero negro y
comisiones que había recibido. El monarca emérito hizo suya la frase de “a
enemigo que huye, puente de plata”. Hizo las maletas y puso rumbo a Abu Dabi,
ante la pasividad de la Justicia española, que renunció a presentar
reclamaciones. Así, como otros Borbones antes que él, dejó el país que juró
servir, pero que siempre trató como siervo. Por supuesto, en ese momento,
ciertos colectivos políticos y civiles manifestaron su repulsa por el
ex-monarca y la institución que representaba. ¿Cómo puede ser que vivamos en la
era digital pero sigamos subyugados a un régimen caduco y desigual? ¿No
deberíamos madurar como Estado y pasar a un sistema democráticamente más justo?
Por supuesto, desde las altas esferas, a las que no les gustan los cambios,
dijeron que ese debate “ahora no tocaba”. Y digo yo, si ahora no toca, cuando
están saliendo a la luz las vergüenzas de la monarquía, ¿cuándo? ¿Quién decide
lo que toca y lo que no?
Por su parte, el CIS (Centro de Investigaciones
Sociológicas, que es un organismo público) hace años que dejó de preguntar por
la dicotomía monarquía-república. ¿Acaso no interesa lo que los ciudadanos
puedan opinar del tema, que se borra cualquier atisbo de debate? ¿Hasta cuándo
tenemos que soportar (y mantener) a una familia por el mero hecho de tener sangre
azul? Si cualquier cargo público, pongamos un ministro, contratase como
asistente a un miembro de su familia, sería un escándalo tal que todos los
partidos políticos pedirían su dimisión. Sin embargo, vemos con total
normalidad que el cargo más importante del país, el de Jefe del Estado, pase de
padres a hijos y que cualquier miembro de la familia acuda a actos públicos a
representar a la Nación (con el pertinente abono de dietas, claro).
Los monárquicos podrían aducir que, aun en república, habría
que destinar un presupuesto similar a la Jefatura del Estado; que ya vivimos en
un sistema democrático y que la sustitución de régimen poco o nada cambiaría en
las vidas de los ciudadanos; o que el republicanismo no es sino un sentimiento
nostálgico por un régimen idealizado de los años 30. Quizá todo eso sea cierto
(al menos, en parte), pero a toda esa gente les diría que nunca llegaremos a
ser libres, del todo, mientras permitamos que uno solo de nuestros
conciudadanos esté por encima de los demás solamente por ser hijo de quién es.
Imperator Caesar Cerverius
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