Hace 90 años, se echó al rey de España. El 14 de abril de
1931 se puso fin a 45 años de reinado de Alfonso XIII, un monarca que
nació coronado, ya que su padre (Alfonso XII) había muerto cinco meses antes.
Su huida acabó con cuatro periodos, bien diferenciados, de monarquía. El
primero, hasta los 16 años, con la Regencia de su madre, la reina María
Cristina. El segundo, al cumplir la mayoría de edad, en el que desempeñó un
papel similar al de su padre y que evitó alcanzar una verdadera Monarquía
parlamentaria. El tercero, marcado por la dictadura de Miguel Primo de
Rivera, a la que no se opuso, traicionando al pueblo que prometió servir
cuando juró la Constitución de 1876. Y, finalmente, el cuarto, de poco más de
un año, llamado el de la “dictablanda” del general Damaso Berenguer.
Unas simples elecciones municipales, celebradas el 12 de
abril de 1931, y que no aspiraban a cambiar nada, dieron la victoria a los
partidos republicanos en las grandes ciudades (aunque el total de los votos en
el Estado se decantase por fuerzas monárquicas). Al día siguiente, ya fue
declarada la República en pueblos como Sahagún (León), Éibar (Guipúzcoa) y Jaca
(Huesca). El 14 les seguiría el resto de la nación, obligando al monarca al
exilio, donde moriría 10 años después.
La República (segunda en la historia de España tras el breve
coqueteo de la primera en 1873) constituía una oportunidad de libertad:
igualdad de los españoles, principio de laicidad (con la separación
Iglesia-Estado), modernización del ejército, reconocimiento del matrimonio
civil y divorcio, promoción de las lenguas territoriales, establecimiento de
estatutos que deberían avanzar hacia el autogobierno de las regiones, mejor
reparto de la tierra, dignificación del trabajo (con la inclusión de vacaciones
pagadas o el derecho de huelga), reconocimiento del voto de la mujer y reforma
de la política educativa (basado en los preceptos de la Institución Libre de
Enseñanza, que lucharía contra el analfabetismo y fomentaría el pensamiento
crítico), entre otras.
A la República, o más bien a la izquierda republicana que
ascendió al poder en el primer bienio, se le exigió unas rápidas reformas que
materializasen, de forma inmediata, las demandas de la clase obrera. El gobierno
presidido por Manuel Azaña no fue capaz de llevar a cabo las reformas
prometidas con la celeridad deseada, lo que llevó a unas elecciones generales
que ganaría la derecha, dando paso a otro bienio, más conservador, presidido
por el radical (de centro) Alejandro Lerroux y apoyado por la
Confederación Española de Derechas Autónomas. La función principal del nuevo
gobierno fue deshacer todo el camino andado por la administración anterior.
La izquierda aprendió la lección de la desunión y acudió en
alianza, a las elecciones de 1936, con el Frente Popular, logrando una gran
mayoría. Cuatro meses después, llegaría la guerra. Los que no lograron el poder
en las urnas se opusieron a la voluntad popular perpetrando un golpe de estado y
embarcando al país en un conflicto bélico que se alargaría durante tres años y
que condenaría al pueblo a sufrir 40 años de miserias, injusticias y falta de
libertad que traería la dictadura.
¿Con qué derecho se creían? ¿En nombre de quién (quizá Dios)
enarbolaron las armas contra un gobierno democráticamente elegido? La guerra (y
más, si es entre hermanos), trae lo peor del ser humano. Se cometieron
aberraciones por ambos bandos. La diferencia es que, mientras unos lo hacían
para defender el orden democráticamente establecido, otros los perpetraron para
oponerse a la voluntad popular.
El país cayó en manos del general Francisco Franco
(el tapado de este golpe) tras la muerte de los líderes Calvo Sotelo, Sanjurjo
y Mola. Franco se apoyaría en la Iglesia (para acobardar y adoctrinar religiosamente
al pueblo), los militares (para someter por la fuerza a la población) y la
Falange (para desarrollar el movimiento ideológico que le mantendría en el
poder durante 40 años).
El régimen republicano, que se instauró sin derramamiento de
sangre aquel 14 de abril de 1931, terminó 8 años después con uno de los
episodios más vergonzosos en la historia de nuestra nación. Hoy, 90 años
después, miramos al pasado con tristeza, por la oportunidad perdida, y con
rabia, por la injusta interrupción de esos canallas que decidieron que su
voluntad era más valiosa que la de los demás. Pero también miramos al futuro,
esperanzados, con el anhelo de que, algún día, este país nos trate a todos como
iguales y no haya ningún ciudadano, marcado al nacer, que sobresalga con más
derechos que sus compatriotas. Un día en que caiga un régimen corrupto, injusto
y anacrónico, como el de la monarquía, y pueda ondear de nuevo la bandera tricolor,
anunciando la llegada de la Tercera República.
Imperator Caesar
Cerverius
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