miércoles, 6 de julio de 2016

BREXIT...O CÓMO HIPOTECAR EL FUTURO DE UN PAÍS


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"We are with Europe, but not of it"
(Estamos con Europa, pero no formamos parte de ella)

"Brits don't quit"
(Los Británicos no abandonan)

"If Britain must choose between Europe and the open sea, she must always choose the open sea"
(Siempre que tengamos que elegir entre Europa y el océano, elegiremos el océano)

Todas ellas frases de Winston Churchill y todas ellas utilizadas, tanto por los partidarios del Brexit (salida de Reino Unido de la Unión Europea), como por los del Bremain (permanencia en la UE). La memoria del popular Primer Ministro Británico ha sido invocada a cada rato para instrumentalizarla e interpretar (para beneficio propio) por qué bando se hubiese decantado el Premier.
Pero, aparte de utilizar la figura de un mito histórico, ¿qué ha empujado al 52% de la población británica a mostrarse partidaria de abandonar la Unión Europea?
Para empezar, el pueblo británico tiene un carácter peculiar. Es celoso de sus costumbres y tradiciones. Siempre ha intentado mantener cierto grado de independencia dentro de la UE, manteniéndose al margen de políticas varias, mostrándose reacio a asumir los mandatos que venían de Bruselas y sobreprotegiendo su mercado. El uso de la Libra Esterlina, en vez de la moneda común Euro, es prueba de ello.
En segundo lugar, la crisis económica. Ha afectado a la mayoría de las familias de la clase media británica. Un alto porcentaje ha perdido sus puestos de trabajo y sus sueldos, por otros mucho peores o sencillamente para terminar en el paro. La búsqueda de encontrar culpables ha favorecido discursos de corte xenófobo para culpar al inmigrante de la falta de trabajo; y antieuropeistas y poco solidarios: como las afirmaciones de Nigel Farage, líder del partido de ultraderecha UKIP y principal valedor de la salida, de que la permanencia del Reino Unido en la UE le costaba a las arcas británicas 350 millones de Libras a la semana, que podrían ser reinvertidos en sanidad, de producirse el Brexit. Ni 24 horas después del "SÍ" al Brexit, Farage compareció ante los medios para admitir que ese dato había sido falseado (en realidad está en torno a los 160 millones) y que la reinversión en sanidad era complicada y posiblemente irrealizable.
Y como tercer factor, hemos de aludir a un -cada vez más común- desdén a nivel global por los “expertos”. Véase desdén por la gente culta y preparada que argumenta a diario en Europa y en Estados Unidos por evitar que políticas baratas y demagogas afloren entre la ciudadanía. Este movimiento “antiélites” -como apunta John Carlin en su artículo “El desafío del Bréxit” del 27 de Junio 2016 en el periódico El País- fue, de hecho, uno de los gritos de guerra de Michael Gove, una de las principales figuras de la campaña del Brexit que hizo las siguientes declaraciones: “La gente de este país está harta de los expertos”.
Todo ello ha sido caldo de cultivo idóneo de ideas que incentivan los miedos en la población a perder lo suyo y políticas basadas en medias verdades, que en tiempos menos convulsos no hubieran tenido cabida; pero que, a día de hoy, ha brindado a los  eurófobos la oportunidad para llevar a cabo sus fines.
Resultado: La mayoría del pueblo británico votaron "SÍ" a salir de la Unión Europea.
Pasadas casi las dos semanas desde la consulta, muchos se llevan las manos a la cabeza y piensan "¿Dios, pero qué hemos hecho?" Pero como decimos aquí... a lo hecho, pecho. Aunque haya muchos ciudadanos que se arrepientan de haber votado "SI” y que algunos políticos británicos quieran buscar ahora una fórmula media para quedarse como miembro externo con privilegios… los líderes europeos han salido en tromba diciendo “NO”. Jean Claude Juncker, Donald Tusk y Martin Schulz (presidentes de la Comisión, el Consejo y el Parlamento Europeos, respectivamente) han manifestado que no hay lugar para medias tintas e instan al Primer Ministro británico, David Cameron, a solicitar cuanto antes la salida de Reino Unido de la UE. Cameron, que ha anunciado su dimisión para dentro de tres meses, espera que sea el nuevo Primer Ministro el que inicie el proceso.
Sea como fuere, se inicia ahora un periodo turbulento para la Gran Bretaña que, como principal consecuencia a lo votado, ha caído en la crisis económica y política más grave del último medio siglo  y que ha de enfrentarse a un duro proceso de salida de la UE, que puede durar hasta dos años; en los cuales no podrá intervenir en las decisiones políticas que sigan adoptándose en Europa pero, por contra, sí que deberá seguir acatando los mandatos que emanen de ésta. Y que exige una negociación UK-UE que los dirigentes europeos no pondrán nada fácil, con el objetivo de evitar futuros “exits”.  Sin embargo, al exponer estas palabras, parece que sólo pierde Reino Unido al irse de la Unión. No nos equivoquemos, todos lo hacemos. Perdemos a uno de nuestros miembros más fuertes e importantes. Esto, inevitablemente, nos afecta a niveles económicos, políticos y sociales.
No somos ciegos, la Unión Europea que hemos creado no es perfecta. Muchas de sus decisiones y políticas despiden un tufo rancio, especialmente en los últimos años; la UE se ha de reformar y mejorar, realmente hay mucho que trabajar a nivel Europeo. Pero es innegable: juntos ganamos, juntos somos mejores y juntos somos más fuertes. Ahora, sin embargo, consecuencias desastrosas, algunas incluso desconocidas por el momento, nos amenazan por igual a ambos lados del Canal de la Mancha.
Imperator Caesar Cerverius y Miss Rocher de la Tormenta







BREXIT... OR MORTGAGING THE FUTURE OF A COUNTRY
"We are with Europe, but not of it."
"Brits don't quit."
"If Britain must choose between Europe and the open sea, she must always choose the open sea."
All phrases of Winston Churchill, all of them used by supporters of Brexit and by the ones of Bremain.  The memory of the popular British Prime Minister has been invoked and used by both sides (for personal gain) looking to interpret which side would he support.
But, apart from the use of the historic British icon, what could make 52% of the British population support the abandonment of the European Union, as they did?
To begin, the British have a peculiar character. They are jealous of their traditions. They have always tried to maintain some degree of independence within the EU, staying outside some politics, showing reluctance to take on mandates coming from Brussels and overprotecting their market. Using the British Pound, instead of the common currency Euro, is proof of that.
Second, economic crisis has affected most of the British middle class families. Elevated percentages have lost their jobs and salaries. Searching for a cause, has favored xenophobic speeches blaming immigrants for joblessness; and non-solidary speeches against European Union. Nigel Farage, leader of the far-right party UKIP and main supporter of Brexit, claims remaining in the EU would cost British coffers 350 million pounds a week, which could be reinvested in health. Actually, 24 hours after the “YES” to Brexit, Farage admitted to the press that this data had been falsified (actually it is around 160 million pounds) and the supposed reinvestment in health was complicated and possibly unfeasible.
And third factor is increasing global disdain for the “experts” and elites. Meaning disdain for the educated people. This “no-elites” movement, said John Carlin in his 27th June article “The challenge of Brexit”, in the Spanish newspaper El País; was, in fact, one of the battle cries of Michael Gove, one of the main Brexit figures. Who made the following statement: “The people of this country are fed up with the experts”.
All these have been ideal breeding ground for ideas that encourage fears in the population and policies based on half-truths, which in less troubled times hadn´t been able to accommodate; but, today, it have given the Europhobes the opportunity to carry out its purposes.
Result: Most British people voted “YES” to leave the European Union.
Two weeks have passed since the vote, now many put their hands to their heads and think “God, what have we done?” But as we say here in Spain… what´s done is done. While there are many citizens who regret having voted “yes” and some British politicians who want now to look for a formula to stay as an external member with privileges, European leaders have quickly said “NO”. Jean Claude Juncker, Donald Tusk and Martin Schulz (presidents of the Commission, the Council and the European Parliament, respectively) have stated that there is no place for half measures and urge the British Prime Minister, David Cameron, to start the process of departure of the United Kingdom from the European Union. Cameron, who has announced his resignation within three months, he expects the new Prime Minister to initiate the process.
Anyway, now starts a turbulent period for Great Britain, the main consequence of having voted “YES”, is that the country has fallen into the most serious economic and political crisis of the last half century. And have to face a tough two-year process of exit from the EU; in which the UK cannot intervene in political European decisions but, on the contrary, it will have to continue to abide the mandates emanating from the EU.  And that requires an UK-EU negotiation that Europeans leaders will not make easy, in order to avoid future “EXITS”. However, by saying this, it looks like that only one that loses is the United Kingdom. Please, make no mistake, we all do. We lose one of our strongest and most important members. This fact inevitably affects us economic, political and social levels.
We are not blind; the European Union we have created is not perfect. Many of their decisions and policies give off a bad smell, especially in recent years; the EU has to be reformed and to improve, actually there´s a lot of work to do at European level. But is undeniable: we win together, together we are better and together we are stronger. Now, however, disastrous consequences ̶  some even unknown at the moment  ̶  are threatened equally in both sides of the Channel.
Imperator Caesar Cerverius & Miss Rocher Stormborn.

sábado, 2 de julio de 2016

BREXIT How to be a human disaster


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Hace una semana se celebraba un referéndum que, al principio, no suscitó ni generó un gran debate fuera de las fronteras británicas. De hecho, la mayor parte de la sociedad europea, así como sus dirigentes y los medios de comunicación estaban convencidos de que Gran Bretaña no iba a hipotecar su futuro a medio y largo plazo y de que Europa aún era un ente político fuerte y resistente a los nuevos desafíos del siglo XXI.
Apostaban por que Gran Bretaña seguiría formando parte de la Unión Europea. Creían que David Cameron tenía cierta inteligencia política.
Ambas premisas han resultado falsas.
Cuando los resultados se conocieron en la mañana del 24 de junio, un verdadero terremoto político recorrió Europa. El resultado de la votación señaló una victoria a favor del Brexit por un ajustado 51,9% frente al 48,1% partidario de que el país siguiera siendo parte de la Unión Europea.
Cierto es que Gran Bretaña nunca ha sido un Estado verdaderamente integrado en la Unión Europea  desde su adhesión el 1 de enero de 1973. En esos momentos, el denominado Mercado Común tenía una especial relevancia en materia comercial y económica, herencia de la CECA o del Eurotom; y no había dado pasos que lo consolidaran hacia una integración política, cultural, monetaria o social de sus Estados miembros en aquel momento. También es verdad que desde el primer momento muchos ingleses vieron con escepticismo la entrada en ese mercado común europeo, y ya en 1975 –durante el Gobierno laborista de Harold Wilson- se celebró un referéndum sobre la idoneidad de la permanencia de Gran Bretaña en la CEE. En aquella ocasión el resultado fue favorable a la permanencia por un 67,2%. Posteriormente, aún hubo ciertos debates políticos de carácter interno en el seno del laborismo inglés pero la llegada al poder de Margaret Thatcher enterró la idea de una posible salida de la Unión. Y de hecho, en el Partido Laborista la hoja de ruta europeísta fue consolidada con el Gobierno de Blair.
Pero las aspiraciones antieuropeas iban a venir desde fuera, desde el UKIP de Nigel Farage que ya mostraba una profunda aversión a todo lo europeo desde su fundación en la década de los noventa. Lo que no sospechaba es que su proyecto fuera a ser apuntalado por un miembro del Partido Conservador. Por David Cameron. Y apoyado por otro miembro del Partido Conservador. Por Boris Johnson.
En los últimos años, la Unión Europea ha tenido que hacer frente a algunos de los mayores desafíos de su historia. Es discutible que desde su fundación Europa ha sido un remanso de paz (conflictos terroristas en Alemania, Irlanda e Inglaterra, España, Francia, Italia o la Guerra de los Balcanes), pero sí que se alcanzaron unos niveles de prosperidad nunca vistos y se crearon y desarrollaron unas estructuras que configuraron Estados de derecho y de bienestar social con el surgimiento de unas verdaderas clases medias en los años sesenta y setenta. Sin embargo ahora Europa vive sus horas más bajas. Languidece en un marasmo burocrático incapaz de dar una respuesta óptima y protectora a las clases medias tras la crisis económica de 2008 y cuyos efectos han traído un aumento del euroescepticismo, falta de identificación con los valores políticos europeos y un auge de los populismos y de movimientos de ultraderecha que se creían enterrados. Está secuestrada por los bancos alemanes, holandeses, ingleses y franceses. Es incapaz de poner freno a un nuevo terrorismo que tiene en el patio trasero de su casa. Y se ha consolidado, a tenor de los datos macroeconómicos, una “Europa de dos velocidades”. A todo ello se suma la crisis de los refugiados sirios, que ha puesto de relieve que la Europa de los muros, vallas y verjas y de la insolidaridad sigue vigente.
Y este euroescepticismo fue aumentando precisamente en un Estado que era una «rara avis» dentro de la Unión Europea como es Gran Bretaña. Cameron, envalentonado tras los resultados del referéndum de Escocia –que determinaron su permanencia en el conjunto de Gran Bretaña-, y necesitado de consolidar su posición de fuerza dentro del Partido Conservador dando una imagen de solidez gubernamental, aprovechó las horas más bajas de Europa para asestar un golpe al conjunto de la Unión Europea. Comenzó defendiendo con tibieza, como el laborista Corbyn, la permanencia en la Unión –que se mantendría con unas futuras condiciones especialmente favorables para Gran Bretaña-. Pero dentro de su propio Gobierno había ministros a favor del Brexit, o incluso el también pujante miembro conservador Boris Johnson. Cameron tenía al enemigo en casa y enfrente con el partido euroescéptico y xenófobo UKIP. Alguien con cierta altura política no hubiera planteado tal debate en este momento, ya que no lo hizo por democracia ni porque hubiera una corriente abrumadora  a favor de salir de la Unión Europea. Lo hizo para consolidar su poder.  
Gracias a Cameron, Gran Bretaña se encuentra en una de sus mayores encrucijadas de las últimas décadas, posiblemente desde la Segunda Guerra Mundial. Tras conocerse los resultados presentó su dimisión, siendo consciente del lío en el que había metido a su país. Deja tras de sí a una nación fracturada en lo generacional: los mayores de 55 años, tal vez por viejas reminiscencias del viejo Imperio Británico votaron a favor de la salida hipotecando el futuro de los más jóvenes y de las generaciones venideras; una nación fracturada en lo político puesto que territorios como Irlanda del Norte, Escocia y Gibraltar han mostrado su deseo de continuar en la Unión Europea. Deja una profunda fractura social, debido al estrechisimo margen de victoria del Brexit, cuyos resultados favorables se ubicaron en las nueve regiones administrativas de Inglaterra –excepto en Londres- y en Gales. Y abre una brecha en la economía británica, temerosa de la creación de aranceles de sus productos que encarezcan los costes y de una plausible devaluación de la libra.
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Por su parte, la Unión Europea, ante este inesperado giro de los acontecimientos ha reaccionado de forma unánime en cuanto a que la salida de Gran Bretaña debe ser lo más rápida posible pero con matices. Hollande –como Rajoy- ha planteado una salida acelerada y de forma total sin que Gran Bretaña se puede beneficiar en algún tipo de acuerdo. Al mismo tiempo ha denegado que Escocia siga siendo parte de la Unión –a pesar de que llegó a prometer al gobierno escocés que avalaría su entrada en caso de independencia de Gran Bretaña-; pero Alemania u Holanda convienen en que lo adecuado sería una independencia gradual y sin excesivas cargas económicas a Gran Bretaña.
Así que nos encontramos una situación en la que Gran Bretaña se va de la Unión Europea pero se ha pedido una revocatoria del referéndum. Mucha gente confiesa que no se informó sobre las consecuencias de la salida. Los políticos a favor del Brexit desconocen el futuro político, económico y social que les espera, reconociendo tras la votación que han engañado a la población. Muchos inmigrantes y trabajadores europeos ven su futuro en Gran Bretaña con incertidumbre. Escocia ha pedido en el Parlamento Europeo seguir formando parte de Europa e Irlanda del Norte un referéndum para una futura adhesión.
Este nefasto movimiento político ha dado alas a partidos de ultraderecha como el Frente Nacional francés, el FPÖ austriaco, el Partido por la Libertad holandés o el AfD alemán para pedir referéndums en sus respectivos países sobre la salida de la Unión Europea mediante discursos xenófobos cargados de miedo y odios que creíamos erróneamente enterrados. Precisamente es lo contrario que necesita Europa. Una refundación de sus postulados  y estructuras para que lo social y también lo cultural prime en igualdad con lo político y económico. Europa necesita un cambio y una regeneración si no quiere quedarse anquilosada en sus logros en el pasado y vertebrar  su futuro un verdadero federalismo europeo.
Lo curioso es que la Historia no señalará a partidos euroescépticos como responsables de hipotéticas convocatorias o de la crisis de la Unión Europea. Fueron sus dirigentes los que se desconectaron de las múltiples y complejas realidades sociales y desmantelaron el Estado de bienestar de los años sesenta. Y la Historia pondrá y deberá poner el foco en David Cameron, un político nefasto que para colmar su megalomanía decidió jugarse a los dados el futuro de su población en un innecesario referéndum. Y perdió en la partida política más torpe de los últimos años.
Como dijo George Bernard Shaw "cuando un hombre estúpido hace algo que le avergüenza, siempre dice que cumple con su deber".
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                                                                                                                                                        OLOF.