“Cuídate de los idus de marzo” cuenta la leyenda que le dijo un adivino a Julio César previniéndole del día de su muerte. Aviso que el romano desdeñó, confiado de su imbatibilidad. Quizá, si hubiese tomado las medidas oportunas, el mundo sería hoy muy diferente.
Acababa de iniciarse el año 49 a.C (según las cuentas de los romanos, año 710 desde la fundación de la ciudad). Pompeyo había sido nombrado cónsul sine collega (en solitario) y César había sido declarado enemigo público. Al conquistador de la Galia sólo le quedaban dos opciones: entregarse, con lo que sería juzgado, probablemente declarado culpable y desterrado, o revelarse. Revelarse contra una casta política que sentía envidia de sus éxitos y contra una situación que acabaría con su vida pública y echaría por tierra todos sus logros. Así, exhortó a la XIII legión a cruzar el Rubicón (río que estaba prohibido pasar con un ejército, ya que era una muestra de agresión hacia la República) y a marchar sobre Roma para proteger sus intereses. Fue entonces cuando pronunció la famosa frase “alea iacta est”, normalmente mal traducida como “la suerte está echada” y mejor como “que rueden los dados” (interpretado como un “veamos lo que nos depara la suerte”).
Al entrar en la península, Pompeyo y los optimates huyeron de Roma, ya que no tenían ninguna legión con la que hacerle frente. César les siguió hasta el puerto de Brundisium, pero no logró alcanzarles.
Antes de entrar en Roma, César movió su ejército hasta Hispania, donde derrotó a los pompeyanos en la batalla de Ilerda.
Ya con la retaguardia a salvo, llegó a Roma, y organizó políticamente la anarquía dejada por el vacío de poder. Fue elegido dictador y convocó las elecciones para cónsul, en las que fue elegido.
Con los asuntos de la ciudad resueltos, marchó a Grecia, donde el bando optimate se había hecho fuerte. Allí fue derrotado en la batalla de Dirraquium, pero Pompeyo no aprovechó para asestarle el golpe definitivo, cosa que lamentaría. Volvieron a enfrentarse en la batalla de Farsalia y, aun estando el ejército cesariano en desventaja numérica, consiguió aplastar a Pompeyo (aunque éste logró huir).
César persiguió a Pompeyo hasta Egipto, momento en el que conoció la noticia de la muerte de su rival. Ya allí, intervino en la política egipcia en detrimento de Ptolomeo XIII y a favor de Cleopatra, a la que consiguió situar en el trono.
Estando en oriente, se plantó en Asia Menor, y derrotó a Farnaces II, Rey del Ponto, y pronunció la famosa frase “vini, vidi, vinci” (llegué, vi y vencí).
En la Batalla de Tapso (África) venció a un reducto optimate que quedaba y volvió a Roma, donde celebró su deseado Triunfo.
En el Triunfo se encadenaron varios días de festejos y juegos, se repartió dinero y comida al pueblo, se celebraron cuatro desfiles y se produjo la ejecución de Vercingetorix, el caudillo galo que César venció en Alesia.
Fue nombrado dictador por un período de 10 años, pero aún tendría que volver a Hispania para derrotar a la última resistencia optimate y dar por cerrada, finalmente, esta guerra civil.
Sin oposición y con poder absoluto (acumuló los poderes de máxima institución religiosa, capacidad para proponer candidatos a las elecciones, comandante en jefe de todas las legiones, censor, potestad tribunicia, control sobre los juzgados...), fue declarado dictator perpetuus (de forma vitalicia) y empezó a organizar una gran campaña para conquistar Partia, rodear el Mar Caspio, invadir Dacia, con intención de volver por Germanía y la Galia. Pero esta gran empresa no llegaría a tener lugar.
El 15 de marzo del 44 a.C. en una sesión del Senado en la Curia Pompeya, César recibió 23 puñaladas por parte de senadores rivales. Ahí se escribió el punto final de la vida del mayor general romano que ha pasado a la historia.
Había sido flamen dialis (sacerdote especial de Júpiter), sobrevivió a un secuestro por parte de piratas (a los que terminó crucificando), fue Pontífice Máximo, reformó el calendario para corregir el desfase por años bisiestos, fue vencedor de la guerra de las Galias, llegando con sus legiones hasta Germania y Britania, al ser nombrado dictador aumentó el número de senadores, organizó el censo, concedió tierras a sus veteranos en los territorios conquistados (para que sirviesen como primera defensa frente a revueltas), reformó los edificios públicos, intervino en la actividad económica y en otro sinfín de ámbitos de gobierno.
Su muerte no tuvo el efecto esperado por sus enemigos. El pueblo amaba a César y tomó su cadáver para incinerarlo en una gran pira pública. Sus asesinos no recibieron el reconocimiento buscado, sino que fueron cayendo uno a uno, tarde o temprano.
El mundo había cambiado y la Reprública agonizaba. El Imperio ideado por César terminaría cristalizando en manos de su sobrino nieto, Octavio, que se convertiría en el primer emperador de Roma. Pero esa historia tiene otro protagonista.
Imperator Caesar Cerverius
Bibliografía:
MCCULLOUGH, C. (1990-2007). Serie - Masters of Rome.
PINA POLO, F. (1999). La Crisis de la República (133-44 a.C.)
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