domingo, 14 de agosto de 2016

¿Sueñan los androides olímpicos con medallas biónicas?


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Celebrada ya una semana de los caóticos y míseros Juegos Olímpicos en Río de Janeiro se hace cada vez más patente la idea de que la elección de esta ciudad se realizó por intereses comerciales y financieros. Estos juegos nunca debieron celebrarse en un país con una gran carga deficitaria tras organizar la Copa del Mundo de fútbol dos años atrás.
Aguas contaminadas por residuos fecales donde se van a celebrar competiciones. Retrasos y fallos en las construcciones de las instalaciones deportivas y en los alojamientos de los deportistas. Colas interminables y gradas vacías. Piscinas donde el agua torna verde sin explicación aparente. Horarios caóticos de partidos cuyo único fin es provocar lesiones entre los deportistas. Desfalco de dinero público, malversación de caudales públicos, presupuestos inflados y el Gobierno brasileño negándose a conceder préstamos a Rio de Janeiro. Dilma Rousseff investigada por actividades ilícitas como Presidenta del Gobierno, desposeída de sus funciones y sustituida de forma interina por Michel Temer. Preocupación por el virus Zika que ha provocado que muchos deportistas hayan declinado su participación en los Juegos Olímpicos. Añadamos un rechazo muy significativo de la población brasileña y carioca a la celebración de tal acontecimiento.
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En las últimas ediciones, la celebración de los Juegos Olímpicos ha perdido todo su impacto deportivo y de promoción de la ciudad organizadora –o incluso del país-, debido a una mayor proyección de los intereses comerciales en pos de obtener un rédito económico favorable por parte de patrocinadores y del Comité Olímpico Internacional –con el beneplácito de las Federaciones nacionales bien para sacar tajada en el suculento pastel o bien por incapacidad de actuación-. COI, empresas patrocinadores y sponsors a un lado. El aficionado al otro. Y Madrid intentando ser sede olímpica y fracasando cada cuatro años. Pan circo y billetes en maletines. A ello hay que sumar los intrínsecos casos de dopaje que se vienen sucediendo durante la celebración de los Juegos Olímpicos –de momento, en Río ya hay dos casos confirmados-. Y el dopaje existirá mientras exista el ser humano y haya importantes laboratorios que investiguen con ello. Desde el farmacológico al sanguíneo hasta llegar a dos nuevos: el genético y el mecánico. Y ahora, en una auténtica pirueta con salto mortal hacia atrás nos encontramos con la organización de un dopaje de Estado a cargo de Rusia. Si, del mismo modo que el llevado a cabo por la extinta RDA en los años setenta y ochenta, parecido al que España ejerció desde finales de los ochenta –había que llegar a Barcelona 92 en condiciones óptimas- y que alcanzó cotas esperpénticas con el encubrimiento del PSOE en la Operación Puerto del 2006.
Desde la República Democrática Alemana, donde los éxitos deportivos eran asunto de Estado para bendecir las virtudes del sistema comunista se ideó un sistema de entrenamiento consistente en “lanza los huevos a la pared y quédate con los que no estallen”. Conforme los atletas mejoraban sus marcas se les aplicaban diversas técnicas de dopaje bajo el amparo del Comité Olímpico de Alemania Oriental, presidido por Manfred Ewald y el director médico Manfred Höppner con el Plan Estatal 14.25 de 1974 mediante el uso de sustancias prohibidas. Para ello utilizaron un sistema inicial de dopaje mediante anfetaminas (fáciles de conseguir, efectivas pero adictivas) para pasar a usar hormonas (testosterona) desde 1964 y cuatro años después anabolizantes. El abuso de sustancias dopantes fue aún más grave en mujeres ya que empezaron a desarrollar enfermedades, raros tipos de canceres y cambios en los patrones menstruales. El caso más conocido y documentado fue el de la lanzadora de peso Heidi Krieger. Su cuerpo estuvo tan sometido al uso de anabolizantes y de testosterona que en 1997, siete años después de su retirada, se vio obligada a realizarse una cirugía de cambio de sexo. Los resultados de Alemania Oriental en los Juegos Olímpicos no fueron nada desdeñables. En México 68 obtuvieron 25 medallas; en Múnich 72 66; en Montreal 76 90; en Moscú 1980 126; en Los Ángeles 84 no participaron debido al boicot comunista y en Seúl 88 tuvo lugar su última participación obteniendo 102 medallas.
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Estos “androides olímpicos” venidos de la RDA corrían y nadaban más rápido, saltaban más que nadie, lanzaban más lejos. Y sus prácticas fueron copiadas.
El canadiense Ben Johnson fue cazado tras ganar la final de los 100 metros lisos en los Juegos de Seúl de 1988; el Comité Olímpico Español incentivó a médicos como Eufemiano Fuentes médico de la delegación española en Barcelona 92 (detenido por dopar a ciclistas, atletas, tenistas y futbolistas en 2006 en la Operación Puerto y posteriormente en la Operación Galgo en 2010) para que “tratara médicamente” a los atletas españoles de los Juegos de Barcelona 1992. Y los resultados fueron muy efectivos pues se consiguieron 22 medallas -18 más que en Seúl- de las cuales 13 fueron de oro. En estos mismos Juegos, el Dream Team americano de baloncesto (medicado con el respaldo de grandes laboratorios estadounidenses) accedió a participar si se les garantizaba que no se someterían a ningún control antidopaje. O el esperpento de los velocistas griegos Konstantinos Kenteris y Ekaterini Thanou que simularon un accidente de moto para eludir un control antes del inicio de los Juegos en Atenas 2004.
Ahora, el escándalo que ha sacudido al deporte en su línea de flotación (entiéndase a empresas y patrocinadores que ponen la pasta) es el descubrimiento de una compleja red estatal de dopaje en Rusia que involucra al Ministro de Deportes y a altos funcionarios rusos acusados de promover y ocultar estas prácticas ilegales. Y a pesar de que se ha prohibido la participación de varios deportistas rusos en Río de Janeiro (gimnastas, nadadores, atletas y ciclistas), para calmar a los jerarcas olímpicos se ha sancionado también a la atleta que proporcionó la información de las prácticas dopantes rusas. Por ello, han sido frecuentes los silbidos a los deportistas rusos –como a Yulia Efimova, medalla de plata en 100m. braza y que nunca debió poder lanzarse a la piscina en una competición oficial tras dar positivo en 2013 por anabolizantes y este mismo año por Meldonium-.
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El esperpento deportivo continuará. Vivimos una era donde el deporte se ha mercantilizado por completo y que está dirigido por organismos corruptos auspiciados por empresas deportivas, de telecomunicaciones o bancos. Además regresan unas técnicas de dopaje que se creían extintas. Y cada vez los Juegos Olímpicos dejan como legado infraestructuras de peor calidad que no repercuten en la ciudadanía, sobre la que recaen deudas a largo plazo. Lo positivo es que, por ahora, Madrid ha dejado de intentar ser sede olímpica. Al carecer de prestigio y de una oferta atractiva en cultura a nivel internacional, la Villa y Corte intentaba situarse en el mapa con la celebración de unos Juegos que irremediablemente estarían condenados a la ruina que hubiéramos pagado todos los españoles. Ya se hubieran encargado de pasar la factura al Estado.
Nota: A Mercedes Coghen, consejera delegada de la candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos de 2016, la Fiscalía Anticorrupción le solicita más de cinco años de cárcel por malversación de caudales públicos, falsedad de documento público y prevaricación.
Con respecto a Madrid 2020, este vídeo resume bien el espíritu olímpico de su patética eliminación.

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