martes, 1 de noviembre de 2016

GERARD PIQUÉ. UNA DE LAS DOS ESPAÑAS HA DE HELARTE EL CORAZÓN.




En una conversación mantenida hace poco más de un año, hablando de todo y nada, una de las personas comenzó a hablar de fútbol, en concreto de la selección española. Su idea central era que Vicente del Bosque –seleccionador en aquel caluroso verano del 2015- era un “independentista y antiespañol por haber convocado a catalanes como Xavi Hernández, Víctor Valdés, o Piqué”. Llegó incluso a citar a Andrés Iniesta como un catalán más y por lo tanto, a sus ojos era un independentista que no podía jugar en la selección española.
La idea no se sostiene si se aplican argumentos coherentes, pero denota unas visiones sobre el deporte y la política que han ido creciendo en los últimos tiempos. En primer lugar, ser catalán va aparejado a resultar sospechoso de independentista e incluso la ambigüedad no resulta válida. Nos movemos en términos absolutos donde solo vale lo blanco o lo negro. Y consecuentemente esto conlleva a la formación de bandos ideológicos donde las posturas de aproximación resultan inexistentes. Esto es lo que ocurre con el problema del nacionalismo catalán, al que se intenta combatir con más cargas de nacionalismo español. En segundo lugar, estas visiones sobre la compleja realidad de nuestro país han traspasado el ámbito de lo social y lo político para llegar al deporte, cuya politización–y en concreto del fútbol con su pérdida de identidad no nació como sitúa Owen Jones en Inglaterra en el thatcherismo sino que viene de más atrás, en concreto desde que la dictadura fascista de Mussolini se aprovechó de la victoria de Italia en el Mundial de 1938 disputado en Francia para vender las bondades de su régimen. Franco con la Eurocopa de 1960 y Videla en Argentina con el Mundial de 1978 harían otro tanto.
Dado que en la actualidad no participamos en torneos de justas o en duelos a espada o con pistola para resolver las afrentas, el ser humano ha volcado toda su imaginación, su felicidad y frustración en unos millonarios de pantalón corto llamados futbolistas. Ahora, éstos son los nuevos héroes. Llevan sobre sus hombros las esperanzas e ilusiones de una ciudad y de un país. Y, por tanto, no solo se les exige un rendimiento acorde a su talento y a sus características, sino también, en el caso de las selecciones nacionales, un amor y un sentimiento hacia su país. Ni a médicos, jueces, políticos, periodistas, profesores, arquitectos, veterinarios o empresarios se les exige que sientan sus colores a los futbolistas de la selección. Y Piqué, a pesar de que su rendimiento deportivo está fuera de toda duda, no ha manifestado ese ardor guerrero e irracional por la enseña nacional ha sido señalado, pitado e insultado en distintas ciudades, antes, durante y después de los partidos.
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A decir verdad, donde ha mostrado Piqué ese ardor guerrero ha sido en algunas ruedas de prensa y sobre todo en las redes sociales, un lugar bipolar que oscila entre la información y el estercolero. Ha opinado sobre todos los temas, se ha manifestado antimadridista, ha menospreciado a un compañero de selección “Arbeloa y su cono-cido” y se posicionó a favor de un referéndum en Cataluña pero no a una independencia. Otros deportistas, como Marc Gasol también reflexionaron de la misma manera. Manel Estiarte (jugador de la selección española de waterpolo desde 1977 hasta el 2000; 6 veces olímpico y abanderado español en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000) tuvo que soportar insultos en un estado por apoyar una plataforma a favor del deporte catalán. Pero la idea latente era que, a pesar de haber jugador más de quinientos partidos con la selección española de waterpolo, Estiarte era antiespañol. Y punto. Su exitoso pasado no importaba.
Teniendo las condiciones para un perfecto incendio mediático –nacionalismo español y catalán enfrentado, partido de la selección y la afición más calmada con los insultos a Piqué-, hacía falta una chispa inútil y falsa para que se propagase. Y este vino porque un “cráneo privilegiado” advirtió en Twitter que las bocamangas de la camiseta de Piqué no portaban la bandera española. En primer lugar, según el diseño de dicha prenda, los colores son rojo y amarillo; no rojo-amarillo-rojo. En segundo lugar, se podía apreciar que llevaba la camiseta con las mangas cortadas y debajo una camiseta térmica. Las mangas en su versión larga no portan ninguna bandera ni color. Son blancas. Pero a partir de ese momento la bola de inmundicia se fue extendiendo por las redes sociales llegando al extremo de que periódicos y medios de comunicación se hicieron eco lo ocurrido. Lo esperpéntico llegó cuando al finalizar el partido la Federación Española de Fútbol tuvo que emitir un comunicado aclarando lo ocurrido y un periodista mostró las mangas cortadas.
Al poco rato apareció el propio Piqué con todo el ruido mediático resonando desde Albania para decir que se retiraría de la selección tras el Mundial de Rusia de 2018 porque había perdido la motivación. Pero de fondo latía un hastío por todo revuelo generalizado y ser la diana de aquellos que reparten carnets de españolidad entre los futbolistas. Lejos de buscar sosiego y reflexión, los medios de comunicación han ido añadiendo más leña al fuego mediante encuestas sobre si Piqué debía ir con la selección, si debía jugar o incluso se invitaba a la gente a responder si iba a pitarle o no durante el partido. Incluso con el paso de los días, y cuando parecía que el asunto ya había quedado en un segundo plano, llegó la solemne fecha del 12 de octubre. Aprovechando el desfile militar, avezados reporteros de investigación preguntaron a soldados sobre la renuncia de Piqué. Las respuestas –que convergían en una lógica aplastante: si no se sentía español y no manifestaba su orgullo no debía ir, eran manifestadas entre gritos de ¡Viva España y viva la selección! o ¡Viva la Legión!
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Una semana después de esto, el propio jugador ha reafirmado su decisión, haciendo ver que no fue la prensa –con mención a Eduardo Inda como “marioneta de Florentino Pérez”- ni políticos. Pero en el subsuelo del fútbol late (gracias a la utilización de políticos y medios de comunicación) la inmundicia política y del periodismo español que han convertido el problema de los nacionalismos en un “y tú más” cavando profundas trincheras viscerales. Ellos han intentado combatir al nacionalismo catalán con más nacionalismo español y todo aquel que apueste por un apaciguamiento es considerado como un traidor a la patria. Desde luego el problema tiene muy difícil solución puesto que las posturas están muy lejanas a entenderse y una de las armas para luchar contra los nacionalismos como es la cultura está perdida en un cajón, así como atributos como una altura de miras política y social, que parece haberse diluido en nuestros días. Por ello, el fútbol cumple su papel de sujeto político y de vía de escape para frustraciones y reivindicaciones políticas. Y el nacionalismo, tan atrayente como execrable porque es aglutinador y excluyente al mismo tiempo siempre se cobra víctimas. Y Piqué, un usuario muy activo de las redes sociales ha finalizado su carrera en la selección española de una forma muy paradójica. Achicharrado por esos incendios de las redes sociales.

Etiquetas: catalán, España, español, fútbol, nacionalismo, Piqué, política.
                                                                                                                                   

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