Cualquiera querría estar gobernado por los mejores, los más preparados, los que hayan cursado las carreras más prestigiosas en las universidades más valoradas. De esta forma, confiaríamos el gobierno de nuestra ciudad, nuestra comunidad o nación a los que hayan demostrado que se lo merecen. Los que hayan alcanzado los mayores méritos. Pero, ¿y si se nos engañó y todos esos dirigentes, con tantos títulos, jamás los lograron? ¿Qué les hace tan especiales e importantes para intervenir en nuestras vidas y nuestro futuro? ¿Por qué deberíamos someternos a las ideas de aquellos que mintieron y defraudaron fingiendo ser lo que no son? Ahí es donde radica la clave del asunto.
El escándalo sobre el master ficticio de Cristina Cifuentes, la presidenta de la Comunidad de Madrid, ha abierto una caja de Pandora que está sacudiendo todo el panorama público. Una buena cantidad de políticos están “actualizando” sus currículum, eliminando aquellas titulaciones que nunca llegaron a obtener o que eran menos boyantes de lo que en principio nos contaron. Másteres falsificados, estudios de post-grado que consistían en poco más de cuatro días de ponencias, estudios sin finalizar que nos vendían como superados… pero nadie dimite. ¿Por qué deberían de hacerlo? ¿Acaso alguien va a dejarles de votar tras descubrirse estos engaños?
En cualquier país con tradición democrática, un escándalo así terminaría con un listado de dimisiones. De no producirse, los dirigentes de sus respectivos partidos provocarían su cese. Y, en última instancia, frente a una inacción que apartase a esos corruptos, los votantes les darían la espalda. Pero esto es España. Aquí nadie dimite porque mentir, robar o manipular sale gratis. El propio Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, es un experto en aguantar el temporal, porque sabe que todo escándalo termina pasando. Mejor resistir y permanecer quieto, que encarar el problema y exponerse a la erosión. La memoria de los electores es muy limitada y la gente termina votando con el estómago más que con la cabeza.
En el caso concreto Cristina Cifuentes, la ponzoña se ha ido extendiendo pringando a mucha gente. Según las informaciones descubiertas, Cifuentes se matriculó fuera de plazo, aprobó exámenes de asignaturas de las que nunca pisó una clase (con supuesta asistencia obligatoria), superó materias a las que no se presentó y terminó titulándose en un máster cuyo trabajo final no llegó a hacer. Alguien cambió las notas de las actas de “no presentado” a “notable” y “sobresaliente”. Cuando el escándalo salió a la luz, el rector de la Universidad Rey Juan Carlos salió rápidamente a excusar a la presidenta y aclarar que todo había sido un malentendido y que el título de la señora Cifuentes era perfectamente válido y merecido. Se sabe que él mismo le encargó al director de dicho máster la falsificación de las actas y de las firmas del tribunal. Las profesoras de ese supuesto tribunal no tardaron en identificar la falsedad de esas firmas y asegurar que jamás impartieron las asignaturas a la susodicha. Por todas esas acciones, el rector es otro que debería dimitir. La adscripción inmediata a la causa de la presidenta, mediante mentiras y engaños, no hace sino desprestigiar, aún más, la entidad que dirige.
Cualquier persona que se haya invertido su tiempo, esfuerzo y dinero para obtener una titulación, sea del nivel que sea, debería estar escandalizada frente a las informaciones que han visto la luz.
Seguramente Cristina Cifuentes no repita como cabeza de lista en las próximas elecciones autonómicas y su carrera política haya llegado a su fin, pero el hecho de que se le permita terminar la legislatura es un agravio para los votantes. Se le permitirá dignamente salir por una “puerta trasera”, el escándalo se difuminará y, en poco tiempo, ya nadie recordará nada. Al más puro estilo 1984, de George Orwell, no sabremos ya lo que es verdad y lo que no. Simplemente nos quedarán los recuerdos que nos quieran poner delante. Así, cuando hayan pasado unos años, alguien podrá volver a intentar la misma treta y nosotros nos lo tragaremos como una pastilla antes de dormir porque, cuando pudimos hacer algo, nosotros también elegimos la inacción.
Imperator Caesar Cerverius
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