jueves, 11 de febrero de 2016

LA MARIPOSA NEGRA (Parte III)


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Habíamos constatado que, en lo que concierne a la extrema derecha española, la década de los noventa fue un periodo dominado por el auge y consagración del neonazismo a nivel social y cultural, pero nunca llegó a trasladar su crecimiento exponencial al plano político. Sus actividades tuvieron ese carácter sociocultural y lúdico consistente en la realización de conciertos como los celebrados en polígonos como en Cuarte de Huerva o Zaragoza, acampadas, edición de libros, pasquines y panfletos o venta de ropa. Además, fue muy frecuente la presencia de destacados neonazis de Inglaterra, Francia, Alemania, Italia o del área balcánica en nuestro país, para estrechar lazos de convivencia, coexistencia o en actos de hermanamiento que ellos mismos se encargaban de publicitar. Lo que resultaba intocable para todas las organizaciones de cualquier país eran sus postulados doctrinarios basados en el antisemitismo, el anticomunismo, el rechazo a la democracia y a todo tipo de inmigración, la negación del Holocausto, la adoración por la figura de Hitler, la supremacía de la raza aria y el uso legítimo de la violencia como "combate en las calles" e incluso como rito de iniciación.
Pero la principal actividad del neonazismo en España, o al menos la más visible, fue sin duda su presencia en los campos de fútbol, y no en las categorías inferiores, sino en Primera División. Si los años ochenta supusieron el auge de estas organizaciones, el decenio siguiente fue el de su consolidación a nivel de organización y también por el aumento del número de miembros, puesto que se dio entrada a un sector joven muy radicalizado que constituía la base en la pirámide ultra. Los fundadores de los años ochenta pasaron a ser dirigentes de la masa juvenil más violenta, los "cachorros". Estos eran la punta de lanza en las actividades violentas, los primeros y más dispuestos en empuñar un bate de beisbol, un puño americano o una navaja de mariposa cuando se organizaban encuentros con ultras rivales, con personas relacionadas con el antifascismo radical o simplemente con quien tenía la mala suerte de tropezar con ellos por la calle o en un parque. O simplemente aguantarles la mirada. Y esa visibilidad en los estadios iba acompañada de una sensación de impunidad y de connivencia por parte de los equipos. El antiguo dirigente del Sevilla, José María del Nido proviene del ambiente ultraderechista, concretamente de Fuerza Nueva, donde su padre ocupaba un cargo muy relevante dentro del partido en la capital andaluza. De hecho, Del Nido hijo participó en la brutal agresión a un estudiante de la Universidad Laboral de Sevilla. La víctima sobrevivió en primera instancia pero con graves secuelas físicas y neurológicas. Posteriormente, pondría fin a su vida suicidándose. Otros hombres del fútbol, especialmente presidentes del Real Madrid como Ramón Mendoza, Lorenzo Sanz o Florentino Pérez -en su primera etapa- facilitaron la presencia y otorgaron un gran poder a Ultra Sur al permitirles un libre acceso al Santiago Bernabéu, librarles de los controles de seguridad -en algunas ocasiones accedieron con navajas y pistolas- o dejarles revender entradas, que significaban un beneficio económico para la organización ultra. Enfrente, la directiva del Atlético de Madrid mostraba la misma actitud. El Frente Atlético exhibía orgulloso pancartas de estética nazi o franquista con la pasividad del propio club y de las autoridades. Hasta que sus agresiones y actividades se hicieron visibles y se tomó conciencia de su organización violenta. Fueron miembros de Bastión -el sector más radicalizado- quienes mataron a finales de 1998 a Aitor Zabaleta, seguidor de la Real Sociedad en los aledaños del Vicente Calderón. Su asesinato puso el foco en el problema de los ultras en el fútbol, pero se reveló que el tema era más grave y complejo. Se había dejado actuar a la extrema derecha más violenta impunidad policial y judicial. Nuevamente, hasta que no hubo un muerto no se actuó.
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Y si bien el neonazismo mostraba su fuerza en las calles, se pusieron de manifiesto los problemas latentes en el seno de su organización. Las bandas más importantes de España (Hammerskin y Blood&Honour) pugnaban por hacerse con la primacía del nazismo en España, por lo que las agresiones entre sus miembros también fueron frecuentes a finales de los noventa. En pocos años, esa juventud que mostraba su estética skinhead con orgullo por las calles se vio obligada a vestir con ropa más común o casual -algo que también hicieron los cabecillas neonazis tras ser detenidos y cumplir condenas de cárcel principalmente por tráfico de drogas, extorsión o posesión ilegal de armas-.
Por tanto, la muerte de Aitor Zabaleta fue el inicio de la persecución policial y judicial,  con eco en los medios de comunicación, de los ultras en el fútbol español, permitiendo su arrinconamiento deportivo y social. Aunque no fue nada fácil puesto que no estaban dispuestos a perder su poder dentro de los estadios y recurrieron a chantajes y extorsiones a presidentes de clubes de fútbol. Un buen ejemplo pueden ser las pintadas amenazadoras en la casa de Joan Laporta, máximo dirigente del Fútbol Club Barcelona que vetó la entrada de los ultras Boixos Nois al Camp Nou. Esta medida fue seguida por otros equipos que si bien no erradicaron la presencia de los ultras sí que llevaron a cabo controles más exhaustivos, como el Real Madrid, el Atlético de Madrid o Espanyol. Con la identificación del problema y tomando medidas por parte de la policía y de jueces como se había hecho en Inglaterra con el problema del "hooliganismo", el neonazismo quedó bastante tocado en los primeros años de la década del 2000. Pero su arrinconamiento no supuso su desaparición. Simplemente se escondía para resurgir cuando la ocasión fuera propicia.
En cuanto a organizaciones políticas, la ultraderecha española intentó en la década de los noventa superar su retraso en el discurso y en cuanto a la formación de partidos. Se quería crear un espacio en el espectro político de la misma manera que existía en Francia o en Italia, pero nuevamente tropezaban con sus tradicionales problemas. Por una lado, la atomización de la ultraderecha española es ya un clásico desde las disputas entre las "familias políticas" dentro de la dictadura franquista y tal condición continuó sin superarse -a día de hoy es una vieja aspiración que no se ha logrado-. Por otro lado, la capacidad de atraer miembros a sus filas es muy baja y ante la falta de cuadros estables se opta por ir refundándose en pequeños partidos que solo obtienen relevancia muy local y cuyo periodo de vida política es muy breve. Algunos ejemplos son el Frente Nacional de Blas Piñar de los años ochenta; Alternativa Española, fundada en 2003 por el yerno de Piñar y casi desparecida en la actualidad; Democracia Nacional –lepenista y neonazi, tal vez el más longevo, pues fue fundado en 1995 y también cuenta con cierta movilización violenta en sus filas, como lo demuestra la pertenencia a este partido del asesino del antifascista Carlos Palomino-; España 2000 –creado en 2002 y con presencia en ayuntamientos en localidades de Madrid: tres concejales en Los Santos de la Humosa, uno en Alcalá de Henares y en San Fernando de Henares. Y la tercera causa es que la derecha política en España es ocupada por su totalidad por el Partido Popular, por lo que las formaciones de ultraderecha, cuya relevancia es mínima en el espectro político, no pueden emerger políticamente. Estudios de hace una década estimaban que alrededor de 600.000 votos de la ultraderecha se dirigían al PP.
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Aunque un lustro de ostracismo no fue nada. Solo necesitaban una nueva oportunidad para emerger y que se dieran las circunstancias adecuadas. Y la ocasión llegó tras la crisis económica del año 2008. Si el péndulo político oscilaba en Europa hacia posturas conservadoras, la extrema derecha aprovechó la debilidad gubernamental en la defensa de los más perjudicados por la crisis en especial aquellos que tenían dificultades para hacer la compra o fueron desalojados de sus casas. De tal forma, el partido de mayor activismo en la actualidad es el Movimiento Social Republicano, el cual se presentó organizando comedores sociales, actividades lúdicas para niños, recogidas de alimentos –especialmente en la zona de Valencia y Alicante- y ocupando edificios abandonados que convirtió en los llamados “Hogares Sociales” como los de Madrid y Zaragoza. Una movilización que no resulta novedosa puesto que supone una imitación de la organización italiana Casa Pound, pero es un cambio respecto a la actitud violenta de la extrema derecha. Ahora se muestran defensores de los más desfavorecidos –antes pegaban a mendigos, ahora incluso los atienden-, y se organizan en “asociaciones” que enmascaran su verdadera ideología, como la ecologista Hispania Verde o el sindicato Respuesta Estudiantil.
Actualmente, el papel que juega la extrema derecha en España a nivel político resulta casi irrelevante, por lo que han optado por mostrarse en otros ámbitos que requieren de menor organización pero puede hacerles más visible, como son las actividades sociales y culturales. No obstante, la extrema derecha sigue presente y sus acciones “solidarias” de cara a la galería se han manifestado a raíz de la crisis económica. Por su parte, en el fútbol sigue siendo preocupante la presencia de ultras en las gradas y la pasividad de los estamentos deportivos y policiales para poner un freno definitivo. Para muchos, el enfrentamiento entre hinchas violentos del Atlético de Madrid y del Deportivo de la Coruña resultó una sorpresa, una vuelta a un pasado que se pensaba superado. Nada más lejos de la realidad. La violencia sigue latente. Y el neofascismo es un depredador que atacará en el momento menos esperado.
Ahora Europa se enfrenta a uno de los desafíos más grandes de su historia como a nivel social, político, cultural e institucional como es la llegada masiva de inmigrantes y su establecimiento en distintos países del continente. El paso a una sociedad multicultural generará reacciones y algunas de carácter xenófobo como ocurre actualmente en Francia, Dinamarca, Hungría, Polonia o en Alemania con el movimiento Pegida.

Reconozcámoslo: ni el nazismo ni el fascismo desaparecieron por completo en 1945. Solo esperan la ocasión adecuada para resurgir. Si los partidos tradicionales fracasan en sus proyectos y dejan de ser percibidos como formaciones democráticas sólidas, la puerta al resurgir de las ideas totalitarias estará abierta. Y habrá gente que las recibirán con los brazos abiertos.
-Olof.

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