sábado, 2 de julio de 2016

BREXIT How to be a human disaster


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Hace una semana se celebraba un referéndum que, al principio, no suscitó ni generó un gran debate fuera de las fronteras británicas. De hecho, la mayor parte de la sociedad europea, así como sus dirigentes y los medios de comunicación estaban convencidos de que Gran Bretaña no iba a hipotecar su futuro a medio y largo plazo y de que Europa aún era un ente político fuerte y resistente a los nuevos desafíos del siglo XXI.
Apostaban por que Gran Bretaña seguiría formando parte de la Unión Europea. Creían que David Cameron tenía cierta inteligencia política.
Ambas premisas han resultado falsas.
Cuando los resultados se conocieron en la mañana del 24 de junio, un verdadero terremoto político recorrió Europa. El resultado de la votación señaló una victoria a favor del Brexit por un ajustado 51,9% frente al 48,1% partidario de que el país siguiera siendo parte de la Unión Europea.
Cierto es que Gran Bretaña nunca ha sido un Estado verdaderamente integrado en la Unión Europea  desde su adhesión el 1 de enero de 1973. En esos momentos, el denominado Mercado Común tenía una especial relevancia en materia comercial y económica, herencia de la CECA o del Eurotom; y no había dado pasos que lo consolidaran hacia una integración política, cultural, monetaria o social de sus Estados miembros en aquel momento. También es verdad que desde el primer momento muchos ingleses vieron con escepticismo la entrada en ese mercado común europeo, y ya en 1975 –durante el Gobierno laborista de Harold Wilson- se celebró un referéndum sobre la idoneidad de la permanencia de Gran Bretaña en la CEE. En aquella ocasión el resultado fue favorable a la permanencia por un 67,2%. Posteriormente, aún hubo ciertos debates políticos de carácter interno en el seno del laborismo inglés pero la llegada al poder de Margaret Thatcher enterró la idea de una posible salida de la Unión. Y de hecho, en el Partido Laborista la hoja de ruta europeísta fue consolidada con el Gobierno de Blair.
Pero las aspiraciones antieuropeas iban a venir desde fuera, desde el UKIP de Nigel Farage que ya mostraba una profunda aversión a todo lo europeo desde su fundación en la década de los noventa. Lo que no sospechaba es que su proyecto fuera a ser apuntalado por un miembro del Partido Conservador. Por David Cameron. Y apoyado por otro miembro del Partido Conservador. Por Boris Johnson.
En los últimos años, la Unión Europea ha tenido que hacer frente a algunos de los mayores desafíos de su historia. Es discutible que desde su fundación Europa ha sido un remanso de paz (conflictos terroristas en Alemania, Irlanda e Inglaterra, España, Francia, Italia o la Guerra de los Balcanes), pero sí que se alcanzaron unos niveles de prosperidad nunca vistos y se crearon y desarrollaron unas estructuras que configuraron Estados de derecho y de bienestar social con el surgimiento de unas verdaderas clases medias en los años sesenta y setenta. Sin embargo ahora Europa vive sus horas más bajas. Languidece en un marasmo burocrático incapaz de dar una respuesta óptima y protectora a las clases medias tras la crisis económica de 2008 y cuyos efectos han traído un aumento del euroescepticismo, falta de identificación con los valores políticos europeos y un auge de los populismos y de movimientos de ultraderecha que se creían enterrados. Está secuestrada por los bancos alemanes, holandeses, ingleses y franceses. Es incapaz de poner freno a un nuevo terrorismo que tiene en el patio trasero de su casa. Y se ha consolidado, a tenor de los datos macroeconómicos, una “Europa de dos velocidades”. A todo ello se suma la crisis de los refugiados sirios, que ha puesto de relieve que la Europa de los muros, vallas y verjas y de la insolidaridad sigue vigente.
Y este euroescepticismo fue aumentando precisamente en un Estado que era una «rara avis» dentro de la Unión Europea como es Gran Bretaña. Cameron, envalentonado tras los resultados del referéndum de Escocia –que determinaron su permanencia en el conjunto de Gran Bretaña-, y necesitado de consolidar su posición de fuerza dentro del Partido Conservador dando una imagen de solidez gubernamental, aprovechó las horas más bajas de Europa para asestar un golpe al conjunto de la Unión Europea. Comenzó defendiendo con tibieza, como el laborista Corbyn, la permanencia en la Unión –que se mantendría con unas futuras condiciones especialmente favorables para Gran Bretaña-. Pero dentro de su propio Gobierno había ministros a favor del Brexit, o incluso el también pujante miembro conservador Boris Johnson. Cameron tenía al enemigo en casa y enfrente con el partido euroescéptico y xenófobo UKIP. Alguien con cierta altura política no hubiera planteado tal debate en este momento, ya que no lo hizo por democracia ni porque hubiera una corriente abrumadora  a favor de salir de la Unión Europea. Lo hizo para consolidar su poder.  
Gracias a Cameron, Gran Bretaña se encuentra en una de sus mayores encrucijadas de las últimas décadas, posiblemente desde la Segunda Guerra Mundial. Tras conocerse los resultados presentó su dimisión, siendo consciente del lío en el que había metido a su país. Deja tras de sí a una nación fracturada en lo generacional: los mayores de 55 años, tal vez por viejas reminiscencias del viejo Imperio Británico votaron a favor de la salida hipotecando el futuro de los más jóvenes y de las generaciones venideras; una nación fracturada en lo político puesto que territorios como Irlanda del Norte, Escocia y Gibraltar han mostrado su deseo de continuar en la Unión Europea. Deja una profunda fractura social, debido al estrechisimo margen de victoria del Brexit, cuyos resultados favorables se ubicaron en las nueve regiones administrativas de Inglaterra –excepto en Londres- y en Gales. Y abre una brecha en la economía británica, temerosa de la creación de aranceles de sus productos que encarezcan los costes y de una plausible devaluación de la libra.
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Por su parte, la Unión Europea, ante este inesperado giro de los acontecimientos ha reaccionado de forma unánime en cuanto a que la salida de Gran Bretaña debe ser lo más rápida posible pero con matices. Hollande –como Rajoy- ha planteado una salida acelerada y de forma total sin que Gran Bretaña se puede beneficiar en algún tipo de acuerdo. Al mismo tiempo ha denegado que Escocia siga siendo parte de la Unión –a pesar de que llegó a prometer al gobierno escocés que avalaría su entrada en caso de independencia de Gran Bretaña-; pero Alemania u Holanda convienen en que lo adecuado sería una independencia gradual y sin excesivas cargas económicas a Gran Bretaña.
Así que nos encontramos una situación en la que Gran Bretaña se va de la Unión Europea pero se ha pedido una revocatoria del referéndum. Mucha gente confiesa que no se informó sobre las consecuencias de la salida. Los políticos a favor del Brexit desconocen el futuro político, económico y social que les espera, reconociendo tras la votación que han engañado a la población. Muchos inmigrantes y trabajadores europeos ven su futuro en Gran Bretaña con incertidumbre. Escocia ha pedido en el Parlamento Europeo seguir formando parte de Europa e Irlanda del Norte un referéndum para una futura adhesión.
Este nefasto movimiento político ha dado alas a partidos de ultraderecha como el Frente Nacional francés, el FPÖ austriaco, el Partido por la Libertad holandés o el AfD alemán para pedir referéndums en sus respectivos países sobre la salida de la Unión Europea mediante discursos xenófobos cargados de miedo y odios que creíamos erróneamente enterrados. Precisamente es lo contrario que necesita Europa. Una refundación de sus postulados  y estructuras para que lo social y también lo cultural prime en igualdad con lo político y económico. Europa necesita un cambio y una regeneración si no quiere quedarse anquilosada en sus logros en el pasado y vertebrar  su futuro un verdadero federalismo europeo.
Lo curioso es que la Historia no señalará a partidos euroescépticos como responsables de hipotéticas convocatorias o de la crisis de la Unión Europea. Fueron sus dirigentes los que se desconectaron de las múltiples y complejas realidades sociales y desmantelaron el Estado de bienestar de los años sesenta. Y la Historia pondrá y deberá poner el foco en David Cameron, un político nefasto que para colmar su megalomanía decidió jugarse a los dados el futuro de su población en un innecesario referéndum. Y perdió en la partida política más torpe de los últimos años.
Como dijo George Bernard Shaw "cuando un hombre estúpido hace algo que le avergüenza, siempre dice que cumple con su deber".
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                                                                                                                                                        OLOF.

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